Les hablaré sobre Arthur Fleck. Hombre caucásico. 40 años. Asesinó a tres personas que se burlaron de él, mientras viajaba en el ferrocarril metropolitano. Diagnosticado con varios trastornos mentales de distintos grados, principalmente debido a traumas de su niñez. Parece la hoja de vida de cualquier criminal que tenemos vagando hoy por hoy en nuestro querido Ecuador, pero no. Se trata del personaje principal de la película Joker. Una excelente — y macabra — actuación de Joaquin Phoenix, da vida a este oscuro personaje que durante el transcurso de la historia se va transformando en una fuente de inspiración, para que otros seres desdichados, los olvidados, los de abajo, se rebelen en contra de esta sociedad enferma e indolente. Este personaje desquiciado, a través de sus crímenes, logra eventualmente hervir el descontento social en una megalopolis inventada — pero que a su vez, pinta una imagen escalofriantemente real de la sociedad de hoy.
Why so serious? — ¿ Por qué tan serio? — son las palabras del Joker momentos antes de explicar sus terribles heridas en las comisuras labiales, las mismas que simulan una sonrisa perpetua. Este mismo personaje forma parte de la segunda entrega de la version cinematográfica de Batman, de Cristopher Nolan. Otra formidable interpretación del payaso psicópata, por el fallecido actor australiano, Heath Ledger. Un personaje nietzscheano, cuya voluntad de poder es ejercida a través del caos, el asesinato y la locura. Me recuerda de cierta manera al adolescente acusado del sicariato de un fiscal en Ecuador, hace pocas semanas. Personajes traumatizados y criados por la oscuridad de la violencia indolente. Nacen, viven y mueren en una realidad absurda que los empuja sin misericordia hacia el crimen. Personajes que no tienen nada que perder. Y cuando no tienen nada que perder, son libres de hacer cualquier cosa.
Ahora que tengo su atención. La conclusión de estas líneas no se desvía hacia un análisis de psicópatas asesinos, ni trastornos mentales, pues ya las noticias amarillistas se encargan de los primeros y el segundo tema, en realidad, no viene al caso. Las siguientes líneas tienen que ver con la seriedad. Leí por algún lado que la seriedad es lo que diferencia al profesional del amateur, en cualquier actividad a la que dediquemos nuestro tiempo. Levantarnos antes de que salga el sol para ir a entrenar; preparar la ropa el domingo para una semana más de laburo; lavar, limpiar y planchar nuestro terno antes de una entrevista de trabajo. Todos estos ejemplos invocan seriedad.
Es mi deber — a pesar del tedio que puede generar un discurso repetido una y otra vez— sugerirles a ustedes que aprendan algún sistema de defensa personal. Si ya lo hacen, genial, sigan compartiendo su experiencia y los beneficios que les ha traído a sus amigos y gente querida. Les prometo que serán agradecidos en el futuro. Y si no lo hacen, si aún no tienen idea de como reaccionar ante una situación de violencia, les recomiendo— con todo el cariño—que aprendan cuanto antes. Y si lo van a hacer, háganlo con toda la seriedad del caso. Busquen un lugar que se tome en serio el trabajo de proveer el conocimiento mínimo necesario, para poder defender su vida y la de los suyos.
Ahora, muchos lugares autoproclamados Academias de Artes Marciales, no son sino una burda imitación de un club de la pelea. Si han leído el libro, saben a que me refiero. Lugares inmundos, con cero respeto por el orden y la limpieza, en donde se reúnen jóvenes con el ego inflado, a practicar técnicas aleatorias, creyendo que — si aprenden a pelear — subirán un escalón más en su tribu. Sin método, sin orden, sin estructura, sin seriedad, cualquier aprendizaje queda en el limbo y poco a poco se empieza a evaporar. Encontrar una academia que tome en serio el proceso de aprendizaje, es el primer paso para la longevidad dentro del estudio de artes marciales.
Finalmente, deben tomar el entrenamiento en serio. Es común pensar que un par de talleres de defensa personal bastan. Van dos días, una semana, un mes y creen que están listos. En este sentido, es como pensar que por practicar el violoncello un par de veces al mes, van a poder ejecutar la Suite №1 para Cello de Bach. Lamento decepcionarlos, pero no van a poder hacerlo. Repetición sistemática. Eso es lo que necesita nuestro cerebro para estar en sincronía con nuestro cuerpo, y es esa sincronía la que permite hacer uso de las técnicas aprendidas. No hay ninguna otra manera de hacerlo.
Y para responder la pregunta del título. ¿Por qué tan serio? Porque sin seriedad, tal vez la academia hubiera desaparecido hace muchos años. Se hubiera evaporado entre colchonetas viejas y apestosas, mediocres metodologías de enseñanza y muchos jóvenes decepcionados. La academia anda, porque tomamos la enseñanza del arte que practicamos, con la más absoluta seriedad que se merece. Pues sabemos que no estamos enseñando a pelear, estamos edificando personas.
Gracias mi ñaño. Que buena leccion du vida