Advertencia: Contenido sensible
Este ensayo contiene temas que pueden resultar perturbadores para algunos lectores. Se recomienda discreción.
¡Eres un hijo de puta!- gritó y lanzó la puerta del departamento.
Salió furiosa del edificio rumbo al parque. Necesitaba un respiro de una discusión tonta. Todo empezó por un plato mal lavado, si, un plato mal lavado. Ese minúsculo evento desencadenó en una larga lista de los hábitos odiosos de cada uno, y finalmente acabó tocando temas familiares. Que el papá borracho, que el hermano mujeriego, que la tía chismosa… Una bola de nieve que se hizo cada vez más grande hasta terminar en el portazo final.
Después de una hora y media de deambular por el parque en esa tarde fría de domingo, regresó a casa con la cabeza un poco más tranquila.
Con la mente despejada es más fácil tener una conversación adulta — pensó.
Abrió la puerta y se asombró al ver un enorme charco de color rojo oscuro al lado del sillón blanco. La entrada al departamento permitía ver la sala de inmediato y por esa razón, apenas se abrió la puerta quedó paralizada del terror al verlo sentado con la cabeza entre las piernas, mientras un hilo rojo chorreaba por el sillón blanco, hasta unirse — como los ríos se unen al mar — al enorme charco de color rojo oscuro. En el piso, al lado de su pie derecho, yacía el revolver viejo que le había regalado su abuelo antes de morir.
Una de esas historias ficticias que se acercan siniestramente a milímetros de la realidad. Un poco oscura la forma de empezar el día de mi cumpleaños, señalarían algunos. Pero es que es muy difícil tratar de celebrar cuando la muerte me ha rondado cerca los últimos meses, susurrándome al oído. En nuestra cultura se acostumbra a decir que debemos ver a la muerte de una manera más humana, sin tristezas ni lamentos; otras culturas incluso festejan la muerte con bailes, rituales coloridos y comida. A pesar de eso, algunas veces es necesario encerrarse en sí mismo y tratar de encontrar sentido a las cosas absurdas que acontecen — a pesar de que casi nunca se lo encuentra. Y si eso significa dejar que uno que otro demonio salga de tu cabeza, pues que así sea. Incluso los animales se encierran a lamerse las heridas para salir más fuertes. Aún así, trataré, en lo posible, de darle un giro positivo a este menjurje de palabras.
Pero primero…la deshumanización ha llegado a tal nivel que las redes sociales ahora tienen mensajes prefabricados para desear feliz cumpleaños a una persona: ¡Que tengas un excelente cumpleaños, Esteban! junto a unos emoticones de fiesta y abrazos. Es decir, ¿estamos tan mal que ni siquiera podemos tomarnos unos segundos para escribir tres o cuatro palabras? Me pregunto en qué terminará esto.
Hoy más que nunca, envuelto en una penumbra paradójica compuesta de tristeza y gratitud, me pongo a pensar en la suma importancia del viejo cliché aquí y ahora. Una cosa es ver a la muerte desde el otro lado del río y otra completamente diferente cuando ella te toca el hombro, te ve a los ojos y sonríe. No queda más que sonreírle de vuelta, leí alguna vez. Pero hoy, en este preciso día, no me da la gana de hacerlo. Por eso son tan importantes esas palabras de bondad y aliento en lugar de palabras venenosas. Porque si algo es seguro, es que llegará el día en que no podrás decirle a una persona ni las unas ni las otras, en tal caso, personalmente, preferiría recordar que fueron de las primeras.
Sin embargo, siempre queda la gratitud con aquellas personas que están en el frente de batalla conmigo. También aquellas que, aún estando lejos, permanecen cerca; e incluso aquellas que se olvidaron del día de mi cumpleaños, pero sé que estarían ahí a mi lado, sosteniendo el paraguas, cuando la mierda golpee el ventilador — como dicen los gringos. Así, con el tiempo, con las pérdidas, con las desgracias, he aprendido a cuidar de esas personas, a abrazarlas duro y no soltarlas. Quizás hoy no sea un feliz día de cumpleaños, como tantos otros que han pasado. Pero si puedo admitir que es un día para dar gracias. A pesar de tener el corazón adormilado y triste; a pesar de que esa tristeza se ha somatizado en una fuerte gripe, aún quedan fuerzas para escribir estas palabras en agradecimiento por todas las bendiciones que tengo en mi vida.
Pienso en borrar estas palabras. ¿Para qué voy a contagiar mala onda? — me digo al terminar de escribir ciertos ensayos. Pero me doy cuenta que después de todo, mi deber no es hacer felices a las personas, eso está en cada una y no pienso, ni por un segundo, cargar con semejante responsabilidad. Por mi lado, solo puedo dar rienda suelta a ese ente invisible que vive gratis dentro de mi cabeza y que me obliga a sentarme frente al computador y digitar un montón de palabras.
Quizás,
algunas de ellas,
tengan sentido para otros.
Si leen esto es por que hice caso omiso a la instrucción de borrarlas y más aún de compartirlas. En tal caso, les repito, abracen fuerte a esas personas que tienen al lado y, sobre todo, trátenlas bien.
La vida es un soplo.
ED
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