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Tinta eterna —  o eso creemos.

La palabra escrita. Una maravillosa herramienta, ¿no? A través de ella podemos plasmar y recibir ideas nuevas — o viejas, de hace miles de años — que llegan a nuestra cabeza. El acto de adoptar esas palabras, discutirlas con nosotros mismos, analizarlas hasta llegar a un consenso entre lo que entra y lo que ya existe dentro, permiten regurgitar las ideas que se perderían de no ser por su existencia: las palabras. En este caso, por ejemplo, me permitieron recordar y profundizar en una frase que envió mi hermano por WhatsApp hace algunas semanas:


 — La vida es muy corta para vivir en balance — dijo, enfatizando la palabra balance

Yo le discutí. De hecho, ese mismo día habíamos analizado la siguiente frase en clase, y me tomé la libertad de enviarla al chat como ejemplo:


 — El verdadero equilibrio de un samurái reside en la armonía entre la espada y el espíritu, donde la fuerza y la compasión coexisten en perfecta sincronía. — 

Tuvimos un ida y vuelta de respuestas y preguntas y argumentos a favor y en contra, hasta que finalmente alguien más envió alguna foto o un meme gracioso o algún articulo de actualidad y ese chat se perdió — como billones de otros chats que se envían y se pierden diariamente por todo el planeta. Algunos de ellos profundos y otros, sin ningún sentido. Sea como sea, ese chat en especifico me vino a la mente.




 

Desde entonces le he dado vueltas al asunto. Volviendo al ejemplo del samurái o en casos más actuales, los practicantes de artes marciales en general. Esas miles de horas y horas de sudor, dolor, disciplina y perseverancia convierten al practicante en una máquina asesina, por decirlo de una manera tarantinesca. Al igual que el samurái con su catana, capaz de rebanar a otro ser humano en cuestión de tres movimientos precisos, quirúrgicos. Sin embargo, en un curioso giro de eventos, el fin ulterior es nunca tener que pelear. Eso es balance. Armonía entre espada y espíritu. Si bien existen muchos orates en el mundo de las artes marciales — aquellos que entrenan por el simple hecho de salir a pelear a la calle, delirando que son individuos alfa — estos son puntos fuera de la curva. La excepción a la regla. La mayoría, puedo dar Fe, somos personas que encontramos en el arte marcial un vehículo de perfeccionamiento. Aquí un soberbio ejemplo de balance. Armonía entre espada y espíritu


Por otro lado, en una lectura reciente me encontré con un concepto interesante. Un concepto que funciona como bloque de construcción para generar recursos de manera eficiente. Un concepto donde predomina el desbalance. Por poner un ejemplo sencillo: si fuese a invertir un dólar para ganar un dólar, el balance en si mismo viene a ser poco eficiente, poco atractivo. O el caso de los salarios: yo te doy una hora de mi tiempo, tu me das X monedas. Es mejor en este caso, ser capaz de generar un desbalance y, por ejemplo, por esa inversión de un dólar ganar diez mil dólares. Es el caso de los ingenieros y programadores que crean apps. Lanzan al mercado una app con una inversión de, digamos, cien horas de trabajo. Esas horas invertidas pueden transformarse en millones dado el hecho de que esa app es replicable a nivel global. La moraleja en este caso es: preferir un desbalance entre tu input y tu output.


Y así, en estos días de masticar esa idea, encontré un balance —valga la redundancia —entre el balance en si mismo y el desbalance que existe diariamente en nuestras vidas. Unas veces debemos salir de balance para cambiar ciertas actitudes o hábitos que nos hacen daño, que nos limitan de ser nuestra mejor versión. Generar caos para encontrar orden. En otras ocasiones debemos encontrar el balance para centrarnos emocionalmente y tomar ciertas decisiones. Quizás lo importante, entonces, no es tanto si estar o no en balance, mas si tener clara su definición. El conocimiento es poder. Lo usamos a nuestro favor. Como saben decir, no podemos manipular el viento, pero podemos ajustar las velas.


En fin, volviendo al título de este ensayo: La tinta eterna que navega el papel. Nuestras ideas y pensamientos se podrán divulgar entre cientos, sino miles de personas que nunca vamos a conocer en la vida. Muchas de aquellas palabras valdrán la pena ser leídas, otras no tanto. Al final, incluso Cortázar, Dickens, Hemingway, hasta la misma Virginia Woolf probablemente conozcan el olvido cuando — dentro de 70 billones de años —  el universo muera.


Irónicamente, aquello representa un estado de balance:


Muerte Térmica del Universo / Segunda Ley de la Termodinámica: Esta ley establece que en un sistema cerrado, la entropía (una medida del desorden) tiende a aumentar con el tiempo. A medida que la entropía aumenta, la energía se dispersa, y el sistema se mueve hacia un estado de equilibrio donde ya no es posible realizar trabajo útil.

ED


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