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Seis pedazos de madera y una silla.

Hora pico. Todo el mundo escapa desaforado de su trabajo apenas el reloj marca la hora de salida. Cientos de carros atiborran los callejones estrechos y no es para menos, ¿no? Venden su tiempo a cambio de una cifra a fin de mes, lo mínimo que pueden hacer es usar el resto lo más rápido posible. Nadie cede el paso en el cruce peatonal, nadie cede el paso ante las luces direccionales, nadie sonríe, todos vuelan. Y así, se consume la vida.


Uno podría preguntarse entonces: ¿Qué carajo estaba pensando al salir justo a esa hora? Mejor me quedaba en casa y me ahorraba esta perorata, ¿no? Pues, la verdad es que tenía que hacerlo. Sí, todo por seis pedazos de madera y una silla.


Los últimos años he usado dos espacios poco adecuados para escribir. El primero, el comedor; el segundo, el mueble del dormitorio frente a la cama ¿Cómo hice para evitar severos dolores de espalda después de horas sentado en posiciones absurdamente incomodas? Francamente, no lo sé. Solo sé que así fue y a esta altura, ya nada puedo hacer. La buena noticia es que estas palabras las escribo sentado en una cómoda silla, mis antebrazos apoyados sobre una de las tablas de madera. Una de las seis que componen el escritorio que salimos a comprar en ese absurdo tráfico de hora pico.


Ahora, vale la pena repasar la peculiar aventura. Primero, empecemos por la humanización de los perros. Pero, ¿Qué tiene que ver esto con un escritorio y una silla? Ya lo verán, tengan paciencia. La humanización de los perros. Ramoncito llegó a nuestras vidas de forma inesperada. Una publicación de Facebook y una foto de un cachorro mojado, abandonado y con dos ojos enormes mirándonos a través de la pantalla, fue la estrategia perfecta para enchufarnos un cachorro nuevo. Ramoncito es pequeño, tan pequeño que sería un tentempié para Hachi, nuestro enorme Akita, que falleció hace un año. En fin, en ese paso de tener a un auténtico lobo a una criatura que parece más un hámster que un lobo, me convertí en lo que juré destruir. Cuento corto, ahora Ramoncito tiene un hoodie del Manchester City. 


Perro humanizado. Check.


Entonces, Ramoncito, Pao y yo, bordeamos el maldito tráfico de hora pico hasta llegar a la super ferretería donde compramos el escritorio. ¿Por qué le llevamos al pobre perro, se preguntarán? Porque ahora casi todos los lugares son pet friendly, entonces, ¿por qué no hacerlo? Pues, la respuesta a esa pregunta es que aparentemente Ramoncito odia cualquier lugar que no sea su casa, el parque o el carro. Se comporta como un reo recién escapado de la cárcel que escucha una sirena aproximándose. Pero esperen, hay más. Para retirar la compra de la bodega de la ferretería, es necesario presentar la factura de compra, obviamente. Llegué a la bodega y voilá, no había factura por ningún lado. Con una sola mirada seca y desalmada, el encargado de la bodega me dejó claro que ni en sueños me iba a despachar nada sin un comprobante de venta. 


Sube al cuarto piso. Regresa a la tienda. Reimprime la factura. Baja los cuatro pisos otra vez. Anda a la bodega. Reclama tu compra. Vete a casa. Instala el escritorio. Usa la silla. Empieza a escribir. 


Y aquí estamos. 


Buena vida queridos lectores, cedan el paso, sonrían y hagan por lo menos una buena acción desinteresada todos los días.


ED

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