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Writer's pictureEsteban Darquea Cabezas

Saudade

El Bosque — nombre propio — era un lugar mítico durante mis años en la escuela. Era un área enorme detrás de los edificios que albergaban las aulas. Para llegar, teníamos que pasar por unas resbaladeras de cemento — una de las cuales tenía el apodo de rompe culos — y luego atravesar la cancha de fútbol para finalmente alcanzar el cerramiento que delimitaba el Bosque. Allí nacía el camino de tierra que te adentraba en aquel mítico lugar — que en ese entonces parecía enorme e infinito.


Éramos niños y éramos traviesos. En 1995 estalló un conflicto armado entre Ecuador y Perú y nosotros jugábamos a la guerra, correteando entre los árboles y la topografía irregular del Bosque. Usábamos los recreos para construir fuertes y juntar municiones, con piedras y palos recreábamos el conflicto bélico hasta que un compañero recibió un palazo demasiado efusivo que le rompió la cabeza. Hasta ahí llegó la guerra, game over.


Necesité de una gran inyección de valentía para finalmente llegar a los confines de ese lugar mítico, solo para encontrarme con un par de basureros gigantes acompañados de su tan característico hedor. Por ahí también habían abierto un pequeño agujero en el alambrado por donde se fugaban los alumnos más viejos. Esa fue una de las primeras decepciones en mi vida. El final del Bosque no era un espacio lleno de mitos, misterios y magia; era un vertedero de nuestros propios desperdicios.


Saudade. Esta palabra portuguesa — que se incorporó al idioma español — se describe como un sentimiento afectivo, próximo a la melancolía, estimulado por la distancia temporal o espacial a algo amado y que implica el deseo de resolver esa distancia.


Hace tres semanas un agresivo cancer se llevó a mi mejor amigo. Dicen que el duelo es un largo proceso lleno de altos y bajos. Un proceso único e individual para cada persona y que debes pasar por todos los lugares, aniversarios, anécdotas, hitos, cumpleaños, recuerdos, antes de poder sanar completamente. No soy el primero y ciertamente no seré el último en vivir este proceso, sin embargo, esto no significa que sea menos o más doloroso. Ahora solo me queda recordar los paseos por la montaña, la lealtad incondicional y la indiferencia con la que se recostaba al pie de la cama.


Todo pasa. Esa es una de las pocas certezas que tenemos en esta vida. Lo bueno, lo malo, lo triste, lo terrible y lo hermoso. Tarde o temprano, todo pasa. Tengo saudade de mi amigo, así como de mis abuelos y de ciertos momentos de la infancia que vienen a mi a través de ciertos olores y sonidos. Lo importante es no quedarse atrapado en ese limbo donde reina la tristeza, la impotencia, la culpa o la nostalgia. En su lugar, debemos honrar aquellos momentos con alegría y gratitud para mirar hacia el frente con la cabeza en alto.


Recuerden, todo pasa.


Algunas veces siento saudade de mis primeros años de Jiu Jitsu, por ejemplo. Sobre todo esa emoción única de aprender algo nuevo y que además me apasionó desde el primer día. Es extraño, pues la gente tiende a resistirse a practicar una actividad con tanto contacto. En la actualidad me considero una especie de Testigo de Jehová en cuanto se refiere al Jiu Jitsu. Persona que conozco tendrá que escuchar mis intentos de evangelización para que acepte ir a un cuarto donde personas jóvenes y adultas por igual, juegan a romperse los brazos y estrangularse hasta la inconsciencia. De ante mano pido disculpas si alguno de ustedes ha sido victima de esta cruzada.


Si te mantienes en el Jiu Jitsu el tiempo suficiente, aprendes a administrar las emociones y a domar al Ego. No suprimirlas, administrarlas. Lo digo porque he conocido personas que ante el mínimo tropiezo explotan y sueltan sus emociones de una manera descontrolada, como bestias. Otros, en cambio, permanecen impasibles, estoicos ante acontecimientos atroces. En fin. Estos últimos días he pensado en que el verdadero arte de vivir consiste en emular al director de una orquesta sinfónica. En este sentido, debemos ser capaces de manejar los momentos fuertes y violentos con mucha parsimonia, para conducir esa pieza hábilmente hacia un final sutil y sublime.


Así — pienso yo —  debemos conducir la vida.


ED

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