Stephen King, el extraordinario escritor estadounidense - aclamado por sus novelas de suspenso y terror- en el año dos mil escribió un libro autobiográfico titulado On Writing: memoirs of a craft (Mientras Escribo: memorias de un oficio). En este libro, además de contar la historia de su vida durante la primera mitad, se sumerge en un laberinto de recomendaciones personales para aquellos que aspiramos a ser escritores - o por lo menos, morir en el intento. En esta segunda parte del libro, generosamente ofrece un sin fin de consejos, de los cuales uno en particular quedó tatuado en mi memoria - Si te llega una idea, no la escribas... Si la idea es lo suficientemente buena, regresará una y otra vez.-
Lamentablemente, durante las últimas semanas, esas ideas no llegaban: hasta ahora.
A finales de Noviembre fuimos a Guayaquil a participar en un campeonato de Jiu Jitsu junto con Paola y algunos alumnos de la casa central del equipo en Cuenca. Después de un año dos mil veinte complicado a nivel mundial por la pandemia y este año que esta por terminar que nos obligó a exhortar un esfuerzo sobrehumano para mantener a flote la academia y poder establecer el balance perdido por los sucesos del anterior año, personalmente no había tenido el tiempo - ni las ganas - de competir. Este fue el primer torneo donde decidí entrenar seriamente a pesar de las lesiones y los dolores propios de quince años dedicados al jiu jitsu. Me prometí que ninguna excusa iba a desviarme del objetivo: dar lo mejor de mi, independiente del resultado. Esto significaba un compromiso serio conmigo y una buena planificación de ocho semanas para llegar en el mejor nivel posible a la competencia. Estos torneos exigen a los atletas a aceptar una categoría con un rango de peso especifico. Si el atleta sobrepasa ese límite, queda descalificado. Una variable más de que preocuparse, además del entrenamiento - que ya de por sí es duro - y el factor mental propio de una competencia de combate cuerpo a cuerpo, estaba el factor de mantener el peso controlado.
El tiempo para escribir repentinamente se desvaneció entre las horas de entrenamiento para la competencia y el ajetreo de preparar las clases y todas las gestiones administrativas necesarias para el funcionamiento de la academia. La escritura - al igual que las artes marciales - me ayudó a ser mas organizado con mis pensamientos, a plasmar mis emociones de forma clara y concisa y también aprendí que algunas veces menos es más. Empecé a desarrollar algunos rituales previos al acto mismo de escribir: Un espacio limpio en la mesa del comedor. Música clásica. Una tasa de café. Pasos que parecen innecesarios, pero al mismo tiempo ayudan - de alguna manera surreal y difícil de explicar- a llamar/encontrar esa idea que se empieza a formar como por arte de magia en algún lugar de aquel vasto y complejo espacio dentro de mi cerebro. Rituales muy personales, como persignarme, tocar el tatami y pedir a mis abuelos que me cuiden desde el cielo, antes de entrar a un combate.
Entonces, nace una idea. Y así como el fenómeno del desierto florido del norte de Chile - donde millones de semillas dormidas despiertan ante el mínimo rocío de agua, pintando un espectáculo natural que parece salido de un sueño - la idea se empieza a plasmar en palabras que se van hilando armoniosamente en la pantalla blanca frente a mí. Este lienzo inmaculado se empieza a pintar con figuras abstractas que forman oraciones y luego párrafos que salen del alma y allá mismo regresan. Letras insignificantes que - estructuradas de la manera correcta - pueden liberar profundos sentimientos de amor, tristeza, miedo, esperanza y hasta el más absoluto asombro del lector.
"Si te llega una idea, no la escribas... Si la idea es lo suficientemente buena, regresará una y otra vez." Stephen King
Esclavos. Esclavos de nuestras excusas. En eso nos convertimos cuando le damos las riendas de nuestra vida a esos pretextos que - bien adentro - sabemos que solo los usamos como una especie de comodines para no sentirnos mal cuando caemos repetidamente en el acto de procrastinar. Puede empezar con algo tan sencillo como quedarnos en cama en lugar de ir a entrenar, por que hacía demasiado frío. Pero la tragedia viene cuando ese hábito empieza a corroer los cimientos de nuestra existencia y los de nuestros sueños. Así que les advierto y espero haber llegado a tiempo, para decirles que la vida es un instante. Sin embargo, tenemos la fortuna de que cada segundo que pasa es una oportunidad para dar media vuelta, tratar de nuevo, cambiar nuestras actitudes, disculpar las ofensas y admitir nuestros errores.
Hay momentos en la vida que nos obligan a desempolvar nuestros martillos y cinceles y enfocarnos en romper esos muros que nos mantienen estancados. Suena increíble pero a veces nosotros levantamos esas mismas estructuras que buscamos derribar.
ED
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