Te escribo a ti, pequeño Ecuador. Tierra de chocolate y café, de camarones y plátano verde. Pequeña patria atestada de narcotraficantes y sicarios, de sobornos, de extorsiones y terrorismo amateur.
Te escribo a ti, pequeño país. Pequeño y grande a la vez. Lamento que tu grandeza no sea reconocida hasta mucho después de que tu fealdad se haya mostrado. Tus caminos destrozados, tus burócratas corruptos, los agentes de tránsito que ordeñan hasta el último centavo, y los centros de atención ciudadana que emplean individuos que creen pertenecer a la Gestapo.
Te agradezco, eso sí, por tus cascadas, tu comida, y tu biodiversidad. Oh, tu biodiversidad. Si tan solo tu gente se diera cuenta de esto, tal vez estaríamos mejor. También tus playas y tus cielos azules, tus atardeceres y tu gente. Si, tu gente, porque detrás de las ratas y las hienas, hay un montón de gente que vale la pena. Pero aborrezco cuando veo a tus niños mendigando en las calles. Alcancé a ver la pequeña cabeza de una niña que no tenía más de cinco años, levantando su mano para recibir alguna moneda. Ella, y otros tantos miles como ella, deberían estar estudiando en lugar de arriesgar sus vidas en los parterres de tus avenidas. ¿No te da vergüenza? Deberías ser tú quien te encargues de ellos, al igual que de los ancianos que veo cargando costales de troncos y cosechas a cambio de unas pocas monedas para comprar pan. ¿Cómo puedes dormir por las noches? ¿Dónde quedó la compasión?
Cursamos el año 2024 y, a pesar de ello, nos tienes con jornadas de hasta diez horas de cortes de electricidad. Ecuador de mi alma. Pequeña y gran banana republic. Es difícil defender tus colores, pero yo aún te banco. Aún tengo fe ciega en que podrás salir adelante, no se si en cinco o cien años. Solo espero que en algún momento tengas gente digna de habitar tus tierras, porque ese es otro tema, no menor. Algún gobernante respondió a la acusación de que este pueblo merece un mejor presidente, a lo que él dijo: “Quizás el presidente necesita un mejor pueblo”.
Pero te repito, a pesar de todo esto, aún te banco. Aquí estoy y estaré, al pie del cañón. Me educaron para ser grato con lo que la vida nos entrega. Y tú, querido país, me has entregado mucho. Quizás diez horas sin luz son perdonables ante tantas aventuras, risas, experiencias y aprendizajes en tus diversos rincones. Aquí estaré cuando los cimientos estén por derrumbarse y trataré de mantenerte en pie, sosteniendo esos pilares con mis propias manos, a pesar del riesgo inherente de morir aplastado por ellos.
ED
“...Somos libres.
Podemos alimentarnos de basura y respirar el aire pútrido de los caños y beber orines y bucear en aguas negras y enfermar de diarrea y disentería y tifoidea y sífilis y dormir sobre heces y no bañarnos y apestar a sudor y a tierra y a muerte, no importa, resistimos.
Ustedes con sus carnes fofas, sus cerebros blandos, no sobrevivirían ni un minuto fuera de su miedo.
Y por más que sus policías y sus ejércitos nos masacren, persistimos. Somos imbatibles. Nos reproducimos como ratas. Si eliminan a uno de nosotros, surgimos otros miles. Sobrevivimos entre escombros. Huimos por escondrijos.
Ustedes se deshacen en dolor si pierden a uno de los suyos. Se cagan con solo escuchar la palabra muerte. Nosotros no. Somos libres. Sin miedo. Con rabia. Libres.”
— Salvar el Fuego, Guillermo Arriaga
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