Han pasado algunas semanas en las que no he podido hilar más de dos oraciones juntas. El fin de semana anterior estuve en Quito, celebrando el día de la madre. Existe algo en el proceso de salir de la rutina— el transporte al aeropuerto, el estrés de los controles de seguridad, la maldita costumbre de pensar que el avión va a caer— que despierta esa creatividad nuevamente. Disculpen la honestidad, pero es verdad, no puedo controlar ese sentimiento paralizador que parece eterno, pero que en realidad no dura más que unos pocos segundos; entre el momento en que las llantas del avión se despegan del asfalto, hasta que nos volvemos a poner horizontales. Ahí ya todo vuelve a la normalidad; el pulso, la respiración, la sudoración. En fin, todos estos pequeños acontecimientos que forman parte del viaje, ya sea por negocios o placer, ayudan a encender la chispa otra vez.
Ahora creo entender a los grandes escritores cuando hablan de una extraña fuerza que se apodera de ellos, como si alguien — o algo — hiciera uso de sus manos para hilar filas, tras filas, tras filas de palabras. Y es justamente de una de esas mentes brillantes de donde salieron las palabras que abrieron nuevamente este proceso creativo dentro de mí, potenciado por los acontecimientos expresados anteriormente. En el prólogo de su libro, Un mundo feliz, Aldous Huxley escribió: “Revolcarse en el fango no es la mejor manera de limpiarse.”
El contexto en el cual estas palabras están impresas, tiene que ver con la terrible carga que significa el remordimiento. Obrar mal, tomando en cuenta que esto tiene un espectro gigante, es una razón más que suficiente para arrepentirse. Todos hemos cometido errores, TODOS. ¿Quién no ha mentido, ofendido a otra persona, sido grosero con alguien, levantado la voz? Lo importante es arrepentirse y buscar la manera de obrar bien para rectificar el error. Creo que no podemos hacer más que esto. Y, como bien dijo Huxley, evitar revolcarnos en el fango, pues de esa forma no podremos limpiarnos.
Somos seres especiales quienes nos mantenemos entrenando jiu jitsu por mucho tiempo. Lo digo de verdad. No me malinterpreten, no estoy pecando de soberbia ni mucho menos. Tampoco quiero menospreciar a quienes no lo hacen, pues sería una verdadera estupidez de mi parte. Lo que quiero decir es que pocas personas pueden tolerar el nivel de frustración que conlleva el hecho de ser aplastado y maltratado día tras día y seguir apareciendo. ¿Masoquistas? No creo que ese sea el término correcto. Prefiero usar la palabra bestias — en el mejor de los sentidos. Pues, a la final, todos los días activamos nuestro cerebro reptiliano, en pleno siglo XXI. El cerebro reptiliano es aquella porción de nuestro cerebro que se encarga de las funciones básicas como la supervivencia, la respiración y la frecuencia cardiaca. Estas eran las funciones cerebrales que permitían a nuestros ancestros detectar amenazas naturales para sobrevivir y, ergo, mantener viva a nuestra especie.
En la actualidad, sin embargo, pocas actividades del día a día requieren activar estas funciones. Es decir, ya no tenemos que preocuparnos de que un tigre gigante nos devore a nosotros y a nuestra tribu—por lo menos en la mayor parte del mundo actual. En este sentido, el jiu jitsu nos obliga a controlarnos en situaciones estresantes. Por ejemplo, una pelea cuerpo a cuerpo en donde la otra persona nos quiere estrangular (léase matar). Aquí tenemos un claro gatillo para una respuesta de supervivencia, ¿no creen? Y eso es justamente lo sucede día tras día.
Hoy una persona me preguntaba cómo es que un artista marcial puede mantener control de sus emociones y no usar su conocimiento para atacar a otro. Pues, la única respuesta que le di es: a través de la práctica. Pelear, pelear, pelear y pelear otra vez, hasta que esta actividad tan salvaje, tan primitiva, se vuelva natural. Tan natural como respirar, como bostezar, como digerir la comida. Entonces, cuando aprendes a controlarte en una situación tan estresante como una pelea, aprenderás sin duda a controlarte en una situación estresante de la vida misma.
Pero, ¿Qué tiene que ver Aldous Huxley, con el cerebro reptiliano y con el jiu jitsu? Pues, todo apunta al mismo título de este ensayo: obrar bien. Las palabras de Huxley me llevaron a pensar en todas las personas que han pasado por nuestra academia y que han demostrado cambios drásticos positivos—en la mayoría de los casos. Digo la mayoría de los casos porque después de todo, los valores y principios que rigen la vida de las personas vienen desde su casa, y ahí si nosotros no tenemos nada que ver. Pero con aquellas personas cuyos valores coinciden con las nuestras, hemos formado un vinculo que ya ha traspasado la década. Diez años de luchas. Diez años de compañerismo. Diez años que bastan y sobran para aprender a juzgar el carácter de las personas y entender que existen esencialmente dos tipos: aquellos que se doblan y se quiebran fácilmente ante el primer signo de dificultad, y aquellos que— por más que les doblen y les tuerzan— se estiran hasta el limite y son capaces de aguantar todo, estoicos, resilientes, se paran de frente ante la tormenta y salen de pie. Si, con una que otra cicatriz, pero con la frente en alto.
Al hilar todas estas experiencias, puedo decir que las personas más fuertes que he conocido no son aquellas que destruyen al resto. Por el contrario, las personas más fuertes — física y psicológicamente — que he conocido en mi vida, son aquellas que ayudan a edificar al resto.
A mayor fuerza de espíritu, mayor capacidad para obrar bien.
ED
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