Recuerdo que todo el mundo hablaba de los hippies. Esos raros, descuidados, fumones que se vestían con ropas coloridas y cuyo hedor dejaba rastro por donde iban. Yo pensaba — aturdido por la inocencia de la niñez — que eran iguales a los gitanos, a los que hacían yoga, a los que cultivaban sus propias huertas, a los que hacían y vendían pulseras y collares en la playa, a todos estos personajes los metía en un mismo morral.
Los hippies.
¡Están locos! — decían los adultos. Constantemente escuchaba juicios acerca de estos seres que pensaban y vivían diferente al resto de nosotros. Todo esto a pesar de que realmente estudiaban y compartían conocimientos ancestrales de meditación, técnicas de respiración, incluso formas diferentes de alimentarse para mantener el cuerpo sano y la mente clara. Todos estos intentos eran malinterpretados y tildados de locura. Ahora los tiempos han cambiado y la historia ha dado un giro inesperado. Actualmente vemos enormes corporaciones capitalizando sobre la popularidad del yoga y todas estas culturas orientales. Lululemon Athletica — empresa canadiense que se hizo famosa por sus outfits de yoga a precios exorbitantes— facturó $8.000 millones en el año 2022 y actualmente tienen 500 tiendas en más de 20 países. Bienaventurados aquellos que supieron transformar las prácticas de esos hippies yoguis en una industria billonaria.
He sido muy afortunado en la vida y por ello doy las gracias todos los días. Una de las razones es haber conocido personas de todo tamaño, raza, religión, color y, sobre todo, con diferentes perspectivas de la vida. Las academias de Jiu Jitsu se caracterizan por eso, por ser un albergue para una gran variedad de gente que persigue un mismo objetivo: conocerse a si mismos. Y para ello, por suerte, no tenemos que ser todos iguales. Cada uno se va conociendo mediante la lucha diaria y a través de este proceso aprender a respetarse como entes individuales, con sueños propios, objetivos propios y un sentido de vida propio. Todas estas interacciones con diferentes personas me han enseñado mucho más de lo que yo hubiese imaginado ni en el sueño más loco. Es curioso ¿no? Te dedicas a enseñar, pero con el tiempo encuentras que aprendes incluso más de lo que enseñas. Yo les enseño Jiu Jitsu, pero con ellos he aprendido acerca de la vida.
El tiempo revela que ciertas cosas, ciertos hábitos, ciertas costumbres que uno va normalizando en realidad no valen la pena. Sin importar el hecho de que siempre lo hayas hecho así o incluso si tus padres o abuelos lo hacían, algunas tradiciones deben ser eliminadas o cambiadas. A veces es bueno romper los moldes, no con el fin de destruir sino con el fin de crear algo nuevo, algo mejor. Me ha pasado varias veces y espero tener la serenidad para aceptar estos cambios mil veces más en la vida. Uno de estos malos hábitos en nuestra sociedad — que por cierto tiene muchas bondades, pero al mismo tiempo esconde unos vicios terribles — es juzgar al resto, con la excusa de que somos normales. ¿Somos normales? ¿Están seguros de eso? Hay lugares donde aún apedrean a mujeres por no taparse su rostro, ¿Eso es normal también?
Cuando muera el último océano y desaparezcan las últimas especies de aves, ojalá nos demos cuenta. Ojalá en ese momento nos caiga como un balde de agua helada el hecho de que nuestra obsesión por la abstracción (el dinero, el crédito, el internet, las redes sociales) terminó desplazando a lo que realmente importa: la vida misma. Estas antiguas filosofías orientales lo único que realmente han buscado es encontrar un equilibrio sobre la Tierra y están resurgiendo, solo espero que no sea demasiado tarde. Hace poco leí acerca de un exitoso abogado litigante de Nueva York que vendió todas sus posesiones materiales para ir a las montañas del Himalaya para seguir el camino de la iluminación. ¡Está loco! — dirían todavía algunos.
Lo que no saben, es que los locos todo el tiempo eran ellos.
ED
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