Hachi-ko, el perro japonés que se convirtió en el símbolo de la lealtad. Se hizo famoso a inicios del siglo XX cuando esperó a su amo, el profesor
Hidesaburō Ueno, en la estación de tren de Shibuya (Tokyo, Japón), durante once años después de la muerte de éste. Tan impactante fue esta particular historia, que irguieron una estatua de Hachi-ko en la misma estación de tren en Tokyo.
Conocí la historia de Hachi-ko gracias a la película del mismo nombre protagonizada por Richard Gere (2009), donde recrean la historia del profesor universitario y su leal perro de raza Akita. Ésta historia de lealtad me marcó de por vida, quizás por que ahora yo tengo mi propio Hachi -ko, con la diferencia que éste es Akita Americano y no Japonés como su homónimo famoso. Diez años ha estado a mi lado en las buenas y las peores. Cada vez que lo veo, pienso en ese magnífico animal que esperó a su dueño hasta el día de su muerte.
Llevo catorce años estudiando el jiu jitsu - arte suave o camino de la suavidad - un sistema de defensa personal originado en India, adoptado por Japón y perfeccionado en Brasil. Empecé a entrenar con mi mejor amigo Andrés Pérez Belmar. Andrés fue mi compañero en la Universidad de Viña del Mar en la carrera de Ingeniería Ambiental. Nos hicimos muy amigos mucho antes de me introdujera al mundo del jiu jitsu. En esa época estaba yo muy metido en el running - término millenial para referirse al trote - y tenía una bicicleta de ruta. Estaba poco a poco incursionando en el mundo del triatlón, en gran medida gracias al entusiasmo con el que mi hermano mayor Gustavo (excepcional triatleta Ironman) hablaba de este deporte. Sin embargo, el crudo invierno de Chile hacía que cada vez sean menos las salidas en la madrugada a pedalear y cada vez más las ganas de quedarse bajo las colchas en esos días en que el frío entraba a los huesos y parecía que se iba a quedar ahí eternamente. Y así un día, luego de algunos meses sin salir a correr ni pedalear ni nadar, Andrés me llevó a mi primera clase de jiu jitsu.
Algo dentro de mí se enganchó profundamente en este arte. Había algo mas allá del agotamiento físico que significa luchar contra otra persona, mas allá de los tipos queriendo estrangularte y romperte los brazos, mas allá del sudor y las lesiones perennes. Algo que me llenaba y me atraía. Una de esas cosas fue ver la lealtad que existía dentro de un dojo de artes marciales. La lealtad y el respeto por mi sensei Andrés no hizo mas que crecer día a día, año tras año. Fui testigo de la dedicación y el amor con el que daba sus clases, asegurándose que todos (en esa época 3 o 4 alumnos, hoy en día más de 250) aprendamos las técnicas, pero no solo de memoria, si no que entendamos la raíz y el por qué de lo que estábamos practicando.
En esas colchonetas aprendí que la lealtad no se compra ni se vende, se la gana. La lealtad es blanco o negro, no existe el gris. O eres completamente leal o no lo eres. Tuve la suerte de tener un sensei que además de enseñarme el arte del jiu jitsu, me enseño a tener Fe en mi mismo, a respetar a todo el mundo, pero también a poner el pie firme y alzar la voz cuando viera una injusticia.
Hoy en día este valor tan puro y real, está en peligro de extinción. Hoy por hoy, todo depende. Soy leal, si pasa esto o pasa el otro. Ahora somos testigos de una generación de jóvenes que se venden al mejor postor, quieren todo de inmediato y que se creen merecedores de cualquier cosa sin haber invertido el tiempo suficiente para obtenerlo.
Sin embargo, tengo certeza que artes como el jiu jitsu, pueden ayudar a cambiar este rumbo. Si todas las escuelas y colegios tuviesen artes marciales como cátedra, las nuevas generaciones crecerían empapadas de estos valores. Respeto y lealtad a sus maestros, trabajo duro y disciplina para ser llegar a ser buenos en lo que se propongan y humildad para reconocer sus limitaciones y aceptar que siempre habrá alguien que les puede enseñar.
Avancemos hasta la fecha actual, casi un siglo después de que Hachi-ko dejara un legado de lealtad en Japón y el mundo. Tengo el honor de ser el Director Nacional de la academia de jiu jitsu, COHAB Ecuador. Nuestra sede principal es en Cuenca y actualmente contamos con siete sucursales del equipo donde se comparte el arte del jiu jitsu con personas de todas las edades y regiones de este país amazónico. Éstos años me han dado el honor de compartir la filosofía del jiu jitsu con cientos de personas, y a través de ella, buscamos fertilizar las mentes de nuestros alumnos con todos estos valores que nos enseña el camino marcial; la misión: formar buenos seres humanos; la visión, que ellos lo pasen a las siguientes generaciones.
A fin de cuentas, los buenos somos mas.
ED
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