The Coca-Cola Company vendió — hasta septiembre del año 2022 — casi 8 mil millones de dólares, un 2% más que en el mismo periodo del año anterior. En ese mismo año, el británico James Quincy — CEO de esta empresa desde el 2016– ganó 24 millones de dólares. ¿A dónde quiero llegar con esto? A ningún lado en realidad, solamente quería probar un principio que habla sobre utilizar cifras extravagantes para llamar la atención del lector y luego traerlos a que se enfoquen en la protagonista del título de este ensayo: la tapita de Coca-Cola.
Seguro se han topado con una. En la playa, en el parque, paseando al perro o incluso, en una caminata por las montañas, cuando creen que se han alejado de la civilización, mientras caminan entre bosques de pino y pajonales, respirando aire puro y ¡Pac! ahí está, una tapita de Coca-Cola tirada en el suelo, flotando en el mar o atrapada en algún arbusto. En los lugares más recónditos de este azotado planeta, hay partículas de plástico a la deriva. Tristemente, escribo este párrafo tomando una taza de café, el cual fue colado en una cafetera eléctrica, hecha de plástico. En el año 2123, el plástico de esa cafetera seguirá aquí en este mundo, largo tiempo después de haber bebido mi última taza de café. Hace algún tiempo aprendí que la contaminación terrestre por micro plásticos — partículas de plástico menores a cinco milímetros — puede ser hasta 23 veces más contaminante que en los mares. Micro plásticos. Seguro ustedes y yo tenemos miles de estas partículas flotando dentro de nosotros, junto a nuestra flora bacteriana, mientras escribo/leen estas palabras. En fin.
¿Dónde empieza este problema?, o incluso peor aún, ¿Dónde terminará? Algunos hablan del plástico, lo que inevitablemente lleva al petróleo - pues el primero es derivado de este último. Otros hablarán del reciclaje y otros de la reutilización de los residuos. Eso dicen los expertos, los gurus de la protección del medio ambiente, los más sabios de los sabios. Sin embargo, recuerden que las personas más sabias del mundo creían en cosas absurdas. La mitología hindú, por ejemplo, sostenía que nuestro planeta era soportado por cuatro elefantes que se balanceaban sobre el caparazón de una tortuga. Seguramente ahora nos reímos y nos mofamos de aquello, pero no hace mucho estábamos frotando nuestros zapatos en bandejas llenas de cloro para prevenir una enfermedad transmitida por aire. Y ni hablar de aquellos personajes que andaban con mascarilla dentro de su propio carro con las ventanas cerradas. Es más, ayer vi uno nuevamente, pensé que se habían extinguido.
Entonces, pienso que el planeta es gobernado por personas bastante simples. Simplones, sabía decir mi abuela. Piénsenlo por un momento. Si pueden leer estas líneas y generar sus propias opiniones y argumentos acerca de este tema, probablemente sean más inteligente de lo que creen. Recuerden que el mundo que vemos fue creado por personas no más inteligentes que nosotros, esto significa que tenemos la capacidad para modificarlo e injerir positivamente sobre nuestro pequeño mundo. Es por ello que dejé de ver noticias hace mucho tiempo. Las noticias malas venden y eso es lo que ocupa la mayor parte de la programación y, a decir verdad, la vida es demasiado corta para bombardear nuestro cerebro de malas noticias. Ahora, creo que es mejor utilizar el tiempo para cultivar la imaginación y crear cosas que otras personas puedan usar.
Me pregunto muchas veces si las ballenas harían lo que hacemos nosotros, ir a ver a un grupo de humanos teniendo crías. Viajan miles de kilómetros para perturbar a estos animales en sus momentos más íntimos. En pleno milagro de la naturaleza hay algún turista con sobrepeso y quemaduras de segundo grado por el sol tropical, bebiendo la cerveza local y grabando una historia para su Instagram. Me llama la atención ver gente viajando por todo el mundo, parados durante horas en filas eternas junto a otros que — al igual que ellos — están esperando su turno para ver un montón de piedras amontonadas por otros humanos desaparecidos hace miles de años. Amargado, me dirán algunos. Sobre todo aquellos que leen estas palabras mientras están parados en esa fila. Me disculpo con ustedes, pero no puedo apreciar lo que hacen. Así como el arte moderno, donde tres líneas rojas sobre un lienzo blanco se considera arte, tampoco lo entiendo. Extraño ser, el humano. La trillada recomendación de “solamente dejar huellas y no basura”, quedó como un bonito slogan para las campañas de greenwashing de los magnates del turismo. Donde quiera que vamos, dejamos la cagada. Lo siento, pero es verdad. Incluso usted, señor hippie vegano que usa zapatos hechos de fibra de cáñamo y no les lava los dientes a sus cinco hijos por miedo al flúor. Seguramente no se ha percatado de que cada pañal desechable demora 500 años en descomponerse y sus cinco hijos han usado un total de 12,500 pañales, así que por favor, no empiece.
Los pesimistas hablan del fin del mundo, de tener que caminar con mascarillas que bombean oxigeno para poder resistir a la contaminación atmosférica. Utilizar mangas largas y gorros para evitar que el sol nos despelleje con la radiación infernal que nos azotará en los próximos cincuenta años. Los optimistas — en cambio — piensan en el turismo espacial y — ¿por que no? — en comprar bienes raíces en Marte, cuando el tiempo sea el adecuado. Yo voy y vengo entre estas dos posiciones, tomando en cuenta que el noventa y nueve porciento de los futuristas se han equivocado en sus predicciones mayores a treinta años en el futuro.
No tengo idea de lo que vendrá para la raza humana, solo sé que donde quiera que voy, hay una maldita tapita de Coca-Cola.
ED
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