En el siglo XVII, las cafeterías en Inglaterra eran centros de desarrollo e innovación intelectual. La educación en aquella época era reservada para unos pocos en las prestigiosas (pero poco accesibles) Oxford y Cambridge. Por esta razón, las cafeterías rápidamente se convirtieron en lugares donde: gente noble aburrida del status quo, escritores, ingenieros, economistas, artistas y filósofos se reunían para tratar temas variados e intercambiar ideas. Desde matemáticas hasta química, pasando por astronomía y literatura contemporánea. En el Jonathan´s Coffee House, por ejemplo, mercaderes y comerciantes discutían sobre economía — dando lugar a la creación de la Bolsa de Valores de Londres (London Stock Exchange).
Pero, ¿Por qué el café? Pues, antes de la popularidad de las cafeterías, en aquellas épocas era costumbre beber alcohol. Era normal que la gente en la mañana tome cerveza y luego a la hora de almuerzo un vino, y finalmente en los burdeles o bares por la noche seguían atiborrándose de alcohol. Toda una sociedad borracha y deprimida. Pasar del alcohol al café, permitió que se desarrolle una sociedad más productiva y trabajadora. Una substancia depresora del sistema nervioso central fue reemplazada por un estimulante.
Hoy, sin embargo, entras en cualquier Juan Valdez, Starbucks, Sweet & Coffee, o cualquiera de estas cadenas multinacionales y verás, en su gran mayoría, personas perdidas en un mundo que no existe, un mundo ficticio creado para… no lo sé. Se ha perdido ese contacto humano que engendró la era de la razón y ahora resulta abrumadora la dirección en la que va la humanidad. Esa incertidumbre me mantiene alerta, suspicaz, ansioso.
En fin, al recordar estas cafeterias de siglos pasados, pensé inmediatamente en la academia. La diferencia es que nosotros, en lugar de café, servimos jiu jitsu. Este arte atrae a un sinnúmero de personas diferentes. He compartido el tatami con abogados, banqueros, cocineros, psicólogos, filósofos, biólogos, taxistas, ingenieros, gerentes y conserjes. De todos ellos he aprendido un poco más acerca de sus profesiones y la ciencia que existe detrás de cada actividad, por más simple que parezca a primera vista. Gracias a este intercambio de ideas, día tras día, puedo decir que soy una mejor persona. Ellos me agradecen por enseñarles jiu jitsu, pero yo les agradezco a todos ellos por enseñarme a vivir.
El tiempo— gran maestro— me enseñó que, más allá del jiu jitsu que se practica en la academia, ese ambiente de camaradería, respeto e intercambio de ideas, es capaz de mantenernos más cerca del ser humano y más lejos de ser simples engranajes.
Larga vida a la academia.
ED
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