Eran dos, traían uniformes de color verde oliva. La una — la más joven — tenía puesto el saco y su compañera estaba solo con una blusa. Parecían ejecutivas de algún banco, de los tantos que hay en esa industriosa parte de la ciudad. Trataban de cruzar la avenida y en ese preciso lugar hay un paso peatonal pintado sobre el asfalto. Debo admitir que vivo en una ciudad bastante culta. Cuenca es un verdadero oasis en medio de un desolado desierto llamado Ecuador. Un país acribillado por la violencia y destripado por líderes corruptos e ineptos. Y, aun así, me sorprendí de que nadie las dejaba cruzar, a pesar del paso peatonal, a pesar de la supuesta educación cívica de esta ciudad. Entonces me dije a mí mismo — La gente debería aprender a ceder más.
Solemos pensar que ceder es negativo. Esa competitividad enfermiza que reina en la actualidad ha creado una cierta aversión a ceder. Te adoctrinan para creer que si cedes eres débil. Gracias a Dios, aprendí a ceder desde pequeño. Al ser el hermano menor — y también el último nieto — , aprendí a ceder el puesto a los mayores durante toda mi infancia. Comer en la cocina o en la mesa pequeña de la esquina, improvisada y adecuada para la ocasión, eran parte de la rutina y con ello aprendí a respetar las jerarquías. Aprendí a ceder el paso a los peatones cuando estoy en el carro, aprendí también a ceder el último pedazo de comida a la persona que está a mi lado. Todo esto me vino a la mente como una ráfaga de imágenes en alta definición, mientras observaba a las dos amigas de color verde oliva. Pobres, danzaban de forma curiosa, un paso adelante, un paso atrás, dubitativas ante el paso de los carros. Finalmente, un taxi tuvo la amabilidad de detenerse y las dos amigas cruzaron la feroz avenida.
Parece que algunas personas creen que vivirán para siempre. No les causa ni una gota de remordimiento el hecho de vivir solamente pensado en ellas. Como todos aquellos conductores que pasaron antes del taxi. Todos enfocados en su propia vida, sus problemas, su celular, su tiempo, y poco les importó aquellas dos mujeres que querían cruzar la calle. Podrían haber sido sus hermanas, sus madres o sus hijas quienes esperaban para cruzar la calle. En ese caso a lo mejor cedían el paso, o quizás no, nunca lo sabré. Lo único que sé, es que en poco tiempo, ellos — todos nosotros, en realidad — serán polvo. Un manojo de polvo más dentro de los billones de seres que han transitado este planeta. Y entonces, ¿Por qué no ceden el puto paso?
Ceder para vencer
El Jiu Jitsu te enseña a ceder. Primero a la fuerza. Luego, gradualmente, te enseña a convertirlo en un arma. Me refiero a que al inicio —en esos primeros meses de entrenamiento — tus compañeros te finalizan una y otra vez, cientos de veces. Solo aquellos que soportan esos martillazos al ego van quedando, como un filtro humano que va probando el carácter. Con el tiempo, aprendes que ceder puede convertirse en una ventaja. Por ejemplo, puedes ceder un brazo o el cuello para conseguir una posición de ventaja. En el ajedrez pasa igual. A veces debes ceder tu reina en favor de una posición que te enrumba hacia el jaque mate en los próximos movimientos.
Entonces, queridos amigos, como ven, ceder no siempre es malo. Aunque es muy importante encontrar un balance. Tampoco podemos darnos el lujo de ceder ante todo, porque entonces empezamos a perder el control. Y eso no nos lo podemos permitir, nunca. Puede haber caos alrededor, pueden caerse edificios e incendiarse los bosques, pero nunca, nunca, nunca podemos perder el control. Después de todo, lo único que verdaderamente tenemos a ciencia cierta, es el poder sobre nosotros mismos.
‘Quien salva una vida, salva al universo entero’ — Talmud de Jerusalém
Finalmente, volvemos a la historia de las dos amigas vestidas de color verde oliva que buscaban cruzar la avenida sin éxito, hasta que un taxi les cedió el paso. Estas líneas empezaron gracias a ellas. Su corta experiencia desnudó la falta de empatía que existe en el mundo. Gracias a ellas me acordé de lo importante que es ceder. Por eso siempre que voy en el carro cedo el paso. No lo hago porque las leyes lo digan, sino porque estoy seguro de que esos actos generan olas positivas. Olas que son capaces de extenderse más allá del momento. Olas que pueden incluso cambiar el día de una persona. No exagero. Quiero decir que esa persona, a la que cedo el paso, seguramente hará lo mismo por alguien más y así la siguiente y la siguiente y así se va creando una cadena de actos positivos que pueden ayudar a mejorar el día de muchas personas en esta hermosa ciudad.
A la final, la vida no es más que eso, la suma de los días. Y qué pasa si—aunque sea por un solo instante—me imagino que cada día puedo sacarle una sonrisa a alguien más...
ED
Me encanta tú escritura! Lo usaré para estudiar mi español. Somos de la misma mente, Ed. Estoy bendecido ser miembro de equipo Cohab. Gracias sensei! Roberto.