Me siento en el sillón blanco y saco el ordenador para plasmar estas palabras en una nueva página. Mientras hago esto, caigo en cuenta del porqué de su nombre: el ordenador. Esta máquina — cuyos antepasados eran unos enormes cuartos llenos de intricadas conexiones, circuitos y tarjetas que solamente podían ser manejados por un puñado de ingenieros especializados — ahora reposa cómodamente sobre mis piernas. Además, tiene una capacidad mil veces superior a la de los ordenadores de hace cincuenta años. Nos ordena la vida, el trabajo y los estudios. Nosotros — hablo de mi generación — ha sido testigo de un avance épico de la tecnología. Desde la primera consola de Nintendo en 1985 hasta el Play Station 5; desde los casetes hasta un iPhone con la capacidad de almacenar cientos de miles de canciones; desde la enciclopedia Encarta hasta el vasto mundo del internet, liderado por Google.
Pienso entonces, de que se trata todo esto. A todo esto me refiero a la vida misma. ¿Cuál es el fin de todo? Sinceramente, no creo que los ingenieros que desarrollaron los primeros ordenadores tenían como objetivo que sus inventos terminen en manos de adolescentes sobre estimulados que se la pasan todo el día usando filtros para parecer perros en sus fotografías y haciendo bailes extraños al ritmo de mala música, para compartir a sus seguidores de Tik Tok. Francamente, me parece un insulto a la capacidad intelectual de aquellos ingenieros el modo en el que se usa la tecnología hoy en día — salvo contadas excepciones.
Podría seguir vociferando en contra de una generación idiota que sigue cavando su propia tumba a una velocidad angustiante durante páginas y páginas. Pero no. Prefiero hablar de algo más esperanzador, de la búsqueda eterna que ha librado la humanidad desde sus inicios. Cada uno tiene su forma de buscar. En mi caso, utilizo el Jiu Jitsu y el tenis para encontrar el tan ansiado mejoramiento continuo. Esa búsqueda agridulce que te lleva a navegar por las aguas calmas y cristalinas de la victoria y que también te enseña a superar y aguantar la tempestad de las derrotas. Lamentablemente, esta dicotomía antagónica tan enraizada en nosotros, lo que esta haciendo es confundir a las nuevas generaciones. Quieren vivir un cuento de hadas, quieren ser gerentes de la empresa XYZ, quieren ser Messi o Jordan con el mínimo esfuerzo y lo peor es que quieren hacer todo eso apenas terminan la facultad. ¿Acaso habrán leído el sacrificio diario de Jordan para llegar a ser él? Personalmente, no lo creo. Si tuviesen que caminar tan solo diez kilómetros en sus zapatos, creo que lo abandonarían apenas un par de kilómetros después – ¡A tomar por culo!, hasta aquí llego—dirían, terminando el corto trayecto.
Nos venden la idea de ser estrellas de cine, millonarios, traders e influencers que viajan por el mundo gracias a sus historias en redes sociales. Y lamento ser así de sincero, pero eso es pura mierda. La realidad es que debemos aprender a dejar de quejarnos de la tediosa rutina. Ir al supermercado después de un largo día de trabajo para encontrarte con un tráfico endemoniado y luego hacer la eterna fila para pagar por tres o cuatro cosas antes de llegar agotado a dormir, solamente para madrugar al día siguiente y hacer lo mismo otra vez. Creo que ahí debemos centrar nuestra búsqueda, o por lo menos, que ese sea el punto de partida. Camus decía que debemos imaginar a Sísifo feliz, es decir, aprender a disfrutar del hecho de llevar esa enorme piedra hasta la cima, día, tras día, tras día.
Hace algunos días me inscribí en un torneo de tenis. Perdí escandalosamente. Mientras regresaba a casa después de la derrota, mi mente iba centrada en los pelotazos que terminaron fuera, las dobles faltas y aquel smash cuando tenia un break point que se quedó en la red. Pensaba en lo amarga que es ciertamente la derrota, sin embargo, también me di cuenta de que la mayoría de veces perdemos. Eso es lo que hace que las victorias sean tan placenteras y al mismo tiempo, efímeras. Pues al final, cuando ganas, la próxima vez todo el mundo tendrá los ojos puestos sobre el victorioso y muchos querrán verlo caer. Así funciona el morbo de la humanidad y por eso creo que nuestra sociedad esta perdiendo el rumbo.
Se ha glorificado en demasía la victoria y demonizado la derrota de tal manera que todo el mundo quiere ganar siempre y vuelvo a repetir, eso es pura mierda. No me malentiendan, la preparación y el espíritu de sacrificio y lucha para ganar es la mentalidad que debemos cultivar, de todas maneras y hacerlo siempre. Mas no debemos caer en la obsesión de la victoria perenne, pues no existe. En este sentido, la búsqueda eterna seguirá siendo eterna mientras no nos demos cuenta de que el verdadero objetivo es el aprendizaje, no la victoria.
Si hubiesen miles de Michael Jordan, ser Jordan perdería su sentido.
ED
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