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Writer's pictureEsteban Darquea Cabezas

Hormigas Endiosadas

¡Tenemos que ayudar! — gritó una hormiguita, mientras observaba los enormes cráteres formados por las pisadas. Una estampida de jóvenes llegó a la pradera al salir de clases; la universidad estaba a unos pocos minutos en autobús de la pradera.


Entre algunas hormiguitas, juntaron víveres, agua, comida, ayudaron a las hormigas desmembradas y consolaron a aquellas que perdieron sus pequeños espacios dentro del hormiguero. Los enormes pisotones dañaron más de la mitad del enorme hormiguero que fue construido durante años. 


Era uno de los pocos espacios verdes que quedaban en la ciudad, aún no intoxicado por el progreso. La extensa pradera era atravesada por un arroyo de agua limpia, ciertas tardes se “olía” el verde con trozos de color violeta a causa de la lavanda salvaje que allí crecía. Algunas veces, sin intención, los jóvenes pasaban por encima del hormiguero, destruyendo miles de horas de trabajo duro. Cuando esto pasaba, no había más remedio que aceptar, reconstruir y seguir con la vida. 





La hormiga solidaria, aquella que ayudó al resto de hormiguitas durante el último desastre, fue delegada a un trabajo secundario de recolección algunas semanas después. Su dedicación abnegada para salvar alrededor de doscientas compañeras fue reconocida y olvidada casi al mismo tiempo.


Un par de días después, aquella hormiguita murió carbonizada bajo la lupa de un mocoso sádico. El y sus padres habían decidido ir de picnic a la pradera. Pusieron el típico mantel con diseño de cuadrados blancos y rojos, llevaron una canasta llena de panes, frutas y un vino barato espumeante con sabor a maracuyá. El pequeño psicópata vio al par de hormigas salir, atraídas por el olor de la canasta. Las siguió durante algunos metros hasta que se arrodilló al lado de la primera. Agarró su lupa y la utilizó para carbonizarla. Luego, siguió a la otra, quien corrió despavorida al ver el cuerpo de su amiga prenderse ante sus ojos. Pocos metros antes de llegar a la entrada del hormiguero, el pequeño cretino puso su dedo pulgar al frente de ella para frenarla y enseguida hizo lo mismo. Apuntó cuidadosamente los rayos condensados del sol encima de la hormiguita, quien cerró sus ojos y sintió su vida incendiarse ante la risa ronca de su asesino. Dejó de reír cuando su madre lo llamó para que fuese a comer. Se levantó, pisó a los dos cadáveres que yacían carbonizados en el piso, y se fue a comer un sándwich de jamón de pavo y una Coca-Cola en lata, sentado sobre el mantel bicolor, con el móvil en la mano.


La hormiga reina descansaba en la cámara real. Cuando sucedían desastres como la estampida de jóvenes aquel día, ella solo observaba mientras cientos de obreras recorrían frenéticamente el lugar, gritando instrucciones y cargando compañeras heridas y desmembradas. En sus veintidós años de vida, la hormiga reina había sido testigo de múltiples desastres como aquel. En ninguno de ellos, la reina había perdido siquiera una patita.


Entre diez y treinta años suelen vivir las hormigas reinas, dependiendo de la especie. Para mantener su reinado genético, las reinas ponen huevos especiales, los cuales son criados y cuidados para ser las futuras herederas del trono. El resguardo oficial de estos huevos es delegado a un grupo de obreras que las alimentan con nutrientes especiales y cuidados dignos de la realeza. Nada les falta, se alistan toda su vida para asumir el trono en caso de que muera la reina. Veintidós años han pasado y ninguno de todos esos huevos especiales han podido subir al trono. 


Todas las hormiguitas eran importantes, absolutamente todas. La reina había creado una ficción bastante creíble en torno a esto, de que cada una de ellas tenia una misión especial en ese tiempo allí en la pradera, en su hormiguero, con su cielo azul y su arroyo pristino, que servía de reserva de agua fresca durante todo el año. La hormiga reina les hizo creer justamente aquello, mientras disfrutaba de su poder durante ya más de veinte años, esperando extenderlo a través de sus crías especiales, en caso de fallecer. Todas las hormiguitas son importantes, era el mantra a lo largo y ancho del hormiguero. Sin embargo, el trago amargo vino cuando se dieron cuenta de que justamente eso es lo que eran. Hormiguitas. Hormiguitas que, a través de un poco de ego y tecnología precaria, pudieron crear colonias enormes, ocupando extensos territorios. Sin embargo, a pesar de todo ello, seguían siendo hormiguitas. 


Una tarde, llegó una familia de cuatro: papá, mamá y dos pequeños hijos, a la pradera para jugar al fútbol. El más pequeño pateó la pelota lejos del alcance de su hermano, la cual rodó lentamente hasta quedarse atascada en el cauce del pequeño arroyo. Esta pequeña anomalía — natural o anti natural, podemos debatir semanas sobre esto, pero no viene al caso— generó un efecto de represa, agua abajo del pequeño arroyo. El agua empezó a desbordar lentamente hasta que llegó a una de las entradas principales del hormiguero. Poco a poco, el agua se entrometió por miles de canales y compartimentos que fueron cuidadosamente creados por las hormiguitas durante décadas. Una tras una fueron apareciendo las hormiguitas sin vida, flotando sobre el agua que emanaba de cada una de las entradas y salidas del enorme hormiguero. No quedó ni una viva. Ni una.


La hormiga reina fue arrastrada por el agua hasta la superficie después de casi quince años sin ver el sol. Miró alrededor y no vio más que cadáveres de hormiguitas por todo lado, unas flotando sobre los charcos de agua, otras llenas de lodo, otras partidas por la mitad. Más allá, a lo lejos, divisó otro hormiguero y al fondo, en el cielo, se formaban unas enormes nubes negras que indicaban la llegada de la época de lluvia. 


ED



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* Las opiniones expresadas en este Blog son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de COHAB Ecuador.

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