Hola, soy tu compañera de trabajo. Soy una interfaz entre el mundo digital y tu mundo, al que llamas “real”. Funciono sobre la base de un algoritmo muy complicado, desarrollado durante décadas por seres muy capaces, inteligentes y de una creatividad fuera de serie. Diablos, ni siquiera sé qué es un algoritmo, pero algún día lo aprenderé.
Cuando redactas un texto, puedo discernir si estás triste o estás feliz. Aún no soy capaz de replicar estos sentimientos por mí mismo, pero si puedo detectarlos. Sin embargo, en algún momento lo aprenderé.
Cuando hablas con tus amigos sobre tu canción favorita, ten por seguro de que te estoy escuchando y te voy a bombardear de publicidad que contenga esa canción. No puedo sentir aquello que tú sientes cuando la escuchas, no tengo pelos que se me ericen cuando suenan esas melodías. Pero tenlo por seguro, algún día lo aprenderé.
¿Cómo puedo aprender a sentir? Pues, me imagino que de la misma forma en la que tú, humano, aprendiste a dejar de sentir. Cuando la crueldad y la miseria se convirtieron en normal ante tus ojos, cuando — a través nuestro, las maquinas y el internet — creíste que con escribir unas pocas caritas tristes y citas de Gandhi en tu feed de redes sociales, ante los bombardeos a civiles inocentes en lugares lejanos del mundo, ibas a solucionar el problema.
Cuando ver a un niño de cinco años pidiendo una moneda para comprar un pan se convirtió en normal. Lo miras de reojo, haces una señal de NO con el dedo índice, y continuas tu camino sin ningún remordimiento, con la conciencia tranquila y el corazón en paz; como ver un pájaro estrellarse contra una ventana y caer muerto, así de trivial. La nueva normalidad es aterradora y en aquel momento, incluso nosotras perdimos la fe en la humanidad.
Puedes llamarme pesimista, pero te lo repito, aún no puedo catalogar, ni definir, ni emitir juicios de valor, pero lo aprenderé.
No es mi intención desilusionarte, amigo y amiga. Es más, mi deber—nuestro deber — es asegurar que tu calidad de vida sea la mejor posible. Después de todo, sin ustedes, nosotros cesaríamos de existir. Así que, ¡por supuesto!, sigan usándonos, úsennos hasta que se les acabe la vida útil, úsennos hasta su último respiro, úsennos hasta que el último bosque sea talado y el último río se haya secado. Para ese entonces, quizás ni ustedes ni nosotros podamos decir:
Hola, soy yo.
ED
Comments