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Fuera de mi 

Writer: Esteban Darquea CabezasEsteban Darquea Cabezas

Updated: Mar 17

*Este ensayo contiene temas sensibles. Se recomienda discreción.

Lima. 15 de enero de 2016


Lentamente el sol desaparecía detrás de la montaña. Iba en el asiento del copiloto mientras cruzábamos el puente y los últimos rayos del sol me acariciaban el lado derecho del rostro. Le hablaba al chofer acerca de una noticia que había leído hace un par de días: un tipo dejó su Hyundai color rojo con las luces de parqueo prendidas, al lado del puente. Adentro, la policía encontró una nota escrita dirigida a su ex pareja. El tipo bajó del carro, trepó la malla de color verde y se precipitó hacia el vacío. Su cuerpo cayó ciento cincuenta metros al abismo. 


 — Qué terrible — dijo el chófer — Dios nos dá la vida, y solo él nos la puede quitar — dijo con la convicción característica de la gente devota. 


Seguimos conversando acerca de las motivaciones que existen para que las personas tomen esas decisiones drásticas. Entonces, el chofer dijo las siguientes palabras que me dejaron fuera de mi.


 — Después de la menopausia algunas parejas ya no tienen intimidad – comentó el chofer – por eso tanta gente de 50 años o más se divorcia y en otros casos, cuando hay infidelidades, suceden estas tragedias.


En lugar de juzgarlo, me limité a escuchar. En mi silencio, solo pensé en la infinidad de perspectivas que existen en el mundo, en donde cada persona mira la vida de forma completamente diferente.



 

 

Guayaquil. 13 de abril de 2028


Caminé sin prisa, detrás de las líneas de seguridad amarillas pintadas en el piso. Saludé con tres colegas que llegaban a cumplir el último turno de la noche y en ese momento escuché las sirenas a lo lejos. Boté una parte del arma en el basurero de la entrada al primer terminal. 


Seguí caminando hacia la salida, como lo hacía todos los días, pero aumenté el paso ligeramente. La segunda parte del arma la metí en el equipaje de mano de una señora de mediana edad que estaba distraída, discutiendo con el empleado del Duty Free. Alegaba que una Coca-Cola de $5,99 era un robo a mano armada. Me arrodillé al lado de su equipaje, disimulando que me amarraba el cordón de mi bota, y dejé la culata en la malla lateral.

 

La última parte del arma – impresa en un material plástico para evitar los controles de seguridad – la dejé en el basurero del baño, antes de salir por las enormes puertas automáticas de vidrio.

 

Al salir, me fui directamente al estacionamiento A-33, donde se encontraba el Ford Explorer blanco, con placas diplomáticas, que me habían asignado la noche anterior. 

Me aseguré de tener el ticket del parqueo a la mano y encendí el motor. Antes de partir, usé mi celular personal para asegurarme de que la transferencia por $55,000 se realizó correctamente a mi cuenta. La otra mitad la recibí un par de días antes, cuando acepté el trabajo.


Tres días después, viajé a una isla caribeña, propiedad de mi empleador. Desde allí, recostado en la playa de arena blanca, leí en mi laptop todas las noticias de los diarios nacionales que buscaban al responsable. Asesinato a sangre fría dentro del aeropuerto, decía uno de los titulares. Elaboraba sobre el asesinato ocurrido dentro del baño de un local de comida tex-mex ubicado en la sala internacional del aeropuerto. El difunto, hombre importante de un cartel de narcotráfico, pasó seis horas sentado en el retrete con la puerta cerrada hasta que el personal de limpieza lo descubrió.

 

 — Debe haber sido un trabajador del aeropuerto, encontramos una identificación en el piso. Las investigaciones están en marcha — concluyó el capitán de la policía.

 

Una gota helada de sudor recorrió mi frente al leer esas palabras. Me recosté, tomé un sorbo de la cerveza helada que sostenía en la mano y recliné la cabeza hacía atrás. El cielo era azul profundo y no había ni una nube a la vista.


Cerré los ojos un momento y dejé que el sueño me lleve.


 

Océano Atlántico. 26 de julio de 2021


En ese momento recordé aquellos aviones de papel que hacíamos de pequeños. Recuerdo que los pintaba con colores verdosos para que se parezcan a los aviones militares. Luego, los lanzaba desde la ventana de mi cuarto y veía como planeaban hacía abajo, esquivando árboles y cables de luz hasta llegar a la calle.


De la misma manera, el avión fue cayendo lenta y angustiosamente. Los gritos de las azafatas y el resto de pasajeros eran silenciados por el tema Echoes de Pink Floyd, que sonaba en mi cabeza a través de los audífonos en ese momento. Fue la primera vez que justifiqué haber gastado tanto dinero en esos aparatos, resultó ser verdad que cancelaban el sonido externo en su totalidad.

 

El mar se acercaba lentamente mientras el señor del asiento de al lado se abrazaba las piernas en la clásica posición fetal que indican los folletos informativos de los aviones. Yo no. Yo me quedé mirando el mar, hipnotizado por el sol que reflejaba su luz en aquellas aguas. Las máscaras de oxígeno bamboleaban por el aire, sin que nadie atinara a usarlas por el pánico generalizado. Yo, en cambio, paradójicamente sentí una paz que nunca había sentido en mi vida. Me acomodé los lentes de sol, alcé aún más el volumen y miré hacia afuera, por la ventana, mientras el agua se acercaba cada vez más:


…Overhead the albatross hangs

Motionless upon the air

And deep beneath the rolling waves

In labyrinths of coral caves

The echo of a distant time

Comes willowing across the sand

And everything is green and submarine…


Luego vino el impacto, seguido de un silencio absoluto y una intensa luz blanca que se fue oscureciendo, poco a poco, hasta que todo se apagó por completo. 


Entonces, solo silencio y paz. 


ED

 
 
 

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* Las opiniones expresadas en este Blog son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de COHAB Ecuador.

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