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Writer's pictureEsteban Darquea Cabezas

Frutos & Raíces

Come el fruto, pero conserva las raíces — leí en algún lugar. 


Vivimos en un departamento en medio de la ciudad y aún así, nuestro hogar esta lleno de verde por todos lados. Tenemos una gran cantidad de plantas, unas viven adentro y otras en el balcón. Mi mamá me enseñó, desde muy pequeño, a cuidar las plantas. Bien dicen que la mejor forma de educar es con el ejemplo. Yo veía que ella hablaba con sus plantas, las regaba y les quitaba las hojas secas. En algunas ocasiones veía que las cambiaba de puesto, cuando los rayos del sol mezquinamente brillaban unos centímetros más lejos de donde estaban. Otras cosas he aprendido por mi cuenta. Por ejemplo, aprendí que a las plantas les gusta la música clásica. Hace poco leí un estudio que determinó que esa frecuencia de onda les ayuda a desarrollarse. Me insuflé de orgullo, pues yo lo hacía sin saberlo. En fin, mamá y sus plantas me enseñaron la importancia de tener un ecosistema adecuado para prosperar.


Poco sabía yo en esos años de niñez, que las plantas y las personas somos iguales. Nosotros también prosperamos cuando nuestro ambiente es el adecuado. Esto no significa, sin embargo, que debemos huir de las dificultades ni mucho menos. Después de todo, son esas duras batallas las que nos definen como personas — y como plantas. Es más, a pocos metros de donde estoy sentado, en el balcón, cohabitan plantas de lavanda y un par de buganvillas cuyas flores de color fucsia alucinan. Ellas son azotadas constantemente por violentos vientos que llegan desde el norte directamente al balcón. Son sacudidas salvajemente e incluso, un par de veces, han estado cerca de ser arrancadas de la tierra, volando por los aires, fuera del balcón de ladrillo visto. Pero no, ahí siguen, estoicas, inamovibles, resilientes. Otras, en cambio, no aguantaron las inclemencias de su ecosistema. Recuerdo aquel jalapeño que dio fruto un par de veces hasta que se estancó en su crecimiento y poco a poco se marchitó, hasta botar su última hoja. De la misma manera he visto personas que se dejan morir ante la primera dificultad. Mientras otros usan esos azotes de la vida para salir más fuertes y florecer con furia. La pregunta — para plantas y animales por igual — es: ¿Cuántos vientos, lluvias, tormentas, pueden aguantar sin darse por vencidos?


Un profesor de Jiu Jitsu una vez me contó una parabola que involucra dos seres del reino vegetal  o, reino plantae, para quedar bien con los biólogos lectores. Hace mucho tiempo, un monje miraba la nieve caer sobre un roble y un bambú, durante un frio día de invierno. Notó que el roble, a pesar de su fuerza y su tamaño, no podía resistir el peso de la nieve que se acumulaba con el paso de las horas sobre sus ramas. Eventualmente ellas cedían ante el peso de la nieve, y se quebraban. Entonces, miró al bambú. Éste, en cambio, utilizaba su flexibilidad y el sagrado principio de la no resistencia, para dejar caer la nieve sin romperse. Cada vez que se acumulaba una cierta cantidad de nieve sobre sus ramas, el bambú se doblaba y la nieve caía, para luego retornar a su posición original. De esta manera, decía el monje, se debe practicar el Jiu Jitsu. 


Actualmente las personas temen la soledad. Hay una fobia a estar solos, en silencio, leyendo un libro, observando un río. Nos hemos convertido en una especie hiperactiva, depresiva y sumamente egoísta. El fruto de la supuesta libertad que nos ha dado la tecnología, por citar un ejemplo, nos ha desprendido de las raíces. A lo mejor a esto se refiere la frase con la que empezó este ensayo. A lo mejor nos hemos comido el fruto, pero matamos las raíces en el proceso.

 

Me cargo la obligación de ayudar a la generación que nos sigue a resistir esta ola. Los niños y jóvenes que vienen detrás de nosotros seguirán nuestro ejemplo. Debemos liderarlos, no mediante la fuerza, sino mediante nuestra inteligencia. Debemos buscar adentro de nosotros — y ayudarles a ellos — a encontrar la capacidad de conectar con nuestras raíces. Hablo de nosotros como humanidad, como especie. Debemos rescatar lo poco que aún queda de aquello que nos hace humanos. Quizás — y esa es la tenue esperanza que a veces me ayuda a levantarme de la cama por las mañanas — saldremos victoriosos.

 

Comamos el fruto, pero cuidemos las raíces.


ED


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