Ahí estaba, acostado, mirando hacia la piscina, cuyas aguas reposaban tranquilas —pues no había brisa alguna que pasara por ahí. De vez en cuando sus orejas se movían, tratando de identificar algún sonido que venía desde la carretera.
Su displicencia era contagiosa. PW se concentraba en existir, nada más y nada menos. De vez en cuando, se levantaba para alejarse del sol y encontrar un espacio en la sombra. Apenas lo encontraba, se recostaba con sus patas abiertas de tal forma que su panza tocaba el suelo fresco.
Primero. El sufrimiento nace cuando tratas de controlar lo incontrolable.
Caminaba de un lado a otro mientras el cielo se pintaba de colores a raíz de las explosiones. La estupidez humana — como he descubierto con el pasar de los años— es infinita. Esa fascinación por el bullicio, en especial al final de cada año, es una cosa de locos. En la universidad me enseñaron que la cantidad de material particulado que queda suspendido en el ambiente luego de esos días festivos es absurdo. Esto afecta nuestros pulmones y contribuye negativamente al ambiente natural de varias maneras, además del escándalo propio de las explosiones. Sin embargo, PW se mantuvo estoico ante todo el estruendo pirotécnico, a pesar de su agudo sentido del oído, que lo hace aún más terrible para los de su especie.
Segundo. Las expectativas son el mayor impedimento para vivir. Anticipando el mañana, perdemos el ahora.
Se veía que solo le interesaba lo que sucedía en cada momento. A lo mejor el sonido de una funda de comida le hacia voltear la cabeza o el trino de algún pajarito. PW se notaba feliz, movía la cola y caminaba con un vaivén, por sus caderas anchas y patas cortas, que le daban una característica propia al momento de desplazarse. Podria reconocerlo a kilómetros de distancia por esa manera de caminar.
Lo observé en silencio mientras PW se ponía al lado de las personas que almorzaban. Lo hizo durante algunos minutos, primero al lado de uno, luego al lado de otro y así, hasta que aceptó la realidad de la poca generosidad que pululaba en ese ambiente y prefirió darse por vencido y acostarse a un lado. Como tantas veces en el pasado, se recostó con las patas abiertas para refrescarse del sofocante calor del mediodía. Lo hizo sin ningún resentimiento ante los humanos que no le dieron comida, sin ansiedad, sin depresión, sin ninguna de esas pseudo enfermedades que nos atiborran a los humanos modernos. Solamente existía, en ese breve momento entre lo que fué y lo que será.
Tercero. En ningún lado está, aquel que está en todo lado.
Su tamaño era más bien pequeño, comparado con otras razas. A pesar de ello, corría hacía el mar con una valentía envidiable. Daba la impresión de que entendía a la perfección el funcionamiento de la marea y sus peligros, pues un par de veces pude ver que asomaba solo su cabeza fuera del agua —que vale decir era de gran tamaño comparado a su cuerpo pequeño y regordete. PW se detenía al frente del inmenso mar Pacífico, enfocado en aquella única actividad de torear la marea.
Al día siguiente cruzó la puerta que daba hacia la piscina. Se acercó a olfatear una funda de basura, atraído —me imagino —por algún trozo de carne del día anterior. Al ver fracasada su misión, volvió resignado a sentarse a mi lado y me miró con esos ojos que piden una caricia amigable y suspiró mientras termino de escribir estas líneas.
Gracias amigo PW por recordarme unas pocas —pero imprescindibles — lecciones de vida y con el timing perfecto para este segundo día de una nueva vuelta alrededor del sol. Después de todo, eso somos ¿no? Un montón de especies que coexisten juntos sobre una enorme piedra que flota en el infinito. Somos seres buenos —algunas veces miserables —que buscan su propósito en esta larga carrera contrarreloj llamada vida.
ED
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