Salve oh Patria, ¡mil veces! Oh Patria
Ellos
Andaba apurado, empujando a quienes se cruzaban por su camino. Llevaba una camiseta estampada con la cara de un guerrillero y gafas oscuras. La universidad privada donde estudiaba quedaba a cuarenta y cinco minutos de la ciudad y era difícil llegar si no tenías carro propio - o el de tus padres. Ernesto había conseguido entrar gracias a sus buenas calificaciones en el colegio fiscal General Torres y un impecable ensayo de admisión presentado ante la junta directiva. Estas personas entregaban - o negaban - las becas mediante el programa de ayuda financiera para alumnos de escasos recursos. Sin embargo, no te dan un carro por tus buenas notas en el colegio. Así que Ernesto debía tomar dos autobuses para llegar hasta la entrada principal de la universidad y caminar otros tres kilómetros hasta su facultad, aunque a veces algún compañero tenía la decencia de llevarlo. El campus era enorme, un total de quince hectáreas llenas de bosques, jardines y plazas, además de los cinco edificios colosales que albergaban las salas de estudio, los laboratorios, las tres bibliotecas y las oficinas administrativas.
Ernesto conoció, a través de un afiche informativo, acerca de la manifestación estudiantil en favor de la libertad y la justicia. La concentración era el viernes y debían comunicarse al número que estaba ahí impreso, todos aquellos que quisieran participar. La conciencia social de Ernesto había crecido esos últimos años y tomó la decisión de formar parte de la manifestación. Antes de escribir al número publicado en el afiche, recordó las palabras de una amiga suya: - No seas tibio, Ernesto, comprométete con alguna causa. -
Al día siguiente se comunicaron con el. Debía reunir materiales un poco inesperados para una marcha pacifica. Le pedían botellas vacías de vidrio, trozos de tela y encendedores y cualquier otro elemento que pueda causar daño - eran las palabras exactas del mensaje. Se acordó de una frase que decía - ¿Una revolución sin tiros? no sean ingenuos - Ernesto pensó que participaba de una causa justa, así que consiguió todo lo que pudo, lo metió en una mochila y esperó pacientemente el siguiente mensaje con la próxima orden.
Ernesto se armó de valor y lanzó la bomba, ante la mirada orgullosa del líder del grupo. La bomba casera se desvió y atravesó la ventana de la casa de una joven pareja que acababa de traer al mundo a su primer hijo. Habían llegado del hospital el día anterior y dormían profundamente, por lo que no pudieron darse cuenta de las llamas que empezaron a devorar su hogar.
Murieron calcinados los tres. Ernesto se enteró de la noticia a las pocas horas a través de redes sociales. El encabezado decía: Delincuente encapuchado lanza una bomba incendiaria dentro de domicilio y mata familia de tres.
Aquellos
Miraba su reloj. El jet privado de la empresa estaba por aterrizar. Tenía que estar en Panamá antes del medio día y las manifestaciones habían atrasado todo el itinerario. Llevaba tres maletines llenos de dólares y gracias a la inmunidad diplomática de su padre, ninguno de los tres maletines fueron revisados en el aeropuerto. Tres asistentes - pagados por el ministerio, obviamente - llevaban cada uno un maletín, seguidos por tres personas más de seguridad. En total siete personas viajaban a un viaje de negocios ida por vuelta a la ciudad de Panamá. Tenia que entregar los maletines personalmente y regresar de inmediato para alcanzar a cenar con su esposa. Un lujoso restaurante había abierto sus puertas en el malecón y le había prometido llevarla. No podía fallarle. Después de todo, el escándalo del lavado de activos en su empresa y los documentos filtrados que lo relacionaban con la venta de armas a grupos subversivos, habían creado un ambiente tenso en casa toda esa semana.
Necesitaban un respiro.
Un día soleado y sin nubes vio aterrizar el Cessna 505 en la pequeña pista privada en las afueras de la ciudad de Panamá. Lorenzo llegó al hotel quince minutos antes de lo previsto. Quería que la reunión salga perfecta y que no se le escurra ningún detalle de la conversación, después de todo, no siempre te puedes reunir con el dueño de un país entero. Tenia que entregar los maletines y confirmar la llegada del armamento. Ningún documento podía contener nombres de los involucrados y por eso Lorenzo había utilizado sus empresas para circular los fondos y traspapelar los documentos para crear un nudo prácticamente imposible de soltar.
Tres vasos de whisky después, con una sonrisa grande y siniestra, Lorenzo se puso las gafas de sol para dirigirse a la salida del lobby del hotel mientras uno de sus asistentes le abría la puerta del Maserati rojo que lo llevaría de regreso al aeropuerto. Dieciséis balas salieron del fusil en dirección del cuerpo de Lorenzo, cinco dieron en el blanco, dos en la cabeza y tres en el pecho. El conductor de la motocicleta se detuvo breves segundos mientras el copiloto vaciaba el cargador sobre Lorenzo y su jefe de seguridad, matándolos al instante. La mirada sin vida de Lorenzo quedo fija sobre el sicario, mientras desaparecía entre los carros.
Los Otros
Viernes, 03:30 am
Luis tenía que despertar a su hija de cuatro años, Lucía, para llevarla donde su abuela. Su trabajo como miembro del grupo anti motines de la policía nacional ahora le exigía el doble de horas de trabajo. Desde que su esposa falleció, debido a una complicación en una operación de rutina en el hospital público, la vida se le había complicado a Luís. Todo estaba más caro que nunca, su madre enferma ya no lo podía ayudar como antes y encima de todo eso, la gente no tenía la mejor impresión de los policías. La delincuencia, el narcotráfico y la corrupción habían debilitado el nombre de la institución y con ello el respeto y la confianza que les tenían los ciudadanos. El comandante había llamado a Luis, había una inesperada manifestación violenta en las afueras de la Gobernación y necesitaban urgente al grupo anti motines.
Los manifestantes acorralaron a la tropa de policías, con palos, piedras y armas de fuego artesanales. Luis logró abrir la puerta lateral de la camioneta y sacar el bolso donde estaban las municiones. El gobierno había autorizado a las fuerzas del orden para utilizar todos los medios necesarios para detener la violencia. Eso significaba más violencia. Los policías agarraron las escopetas y los fusiles semiautomáticos y salieron detrás de los manifestantes. Quinientos metros los siguieron, disparando proyectil, tras proyectil, mientras uno por uno iban cayendo los jóvenes universitarios, dejando un rastro de sangre e ideales caídos. Los policías llegaron hasta el corredor humanitario donde se escondió el grupo de jóvenes en las carpas de la Cruz Roja. Breves segundos después se escuchó el estruendo... y todo quedó en silencio.
La explosión fue resultado de dos tanques de gas - escondidos en el corredor humanitario de la Cruz Roja - que se detonaron accidentalmente. Treinta y dos manifestantes y trece policías resultaron heridos de gravedad y otras cinco personas murieron. Entre los heridos estaba Luis. Cinco operaciones y un mes de cuidados intensivos fueron insuficientes, había perdido su pierna izquierda. La policía lo había dado de baja por su incapacidad para cumplir con el servicio. Sin trabajo, Luis regresó para ayudar a su padre en la panadería, pero no sin antes reconstruirla desde cero, pues fue destruida durante las manifestaciones.
Ellos volverán a lo suyo, aquellos también y los otros, pues como sea todos volverán a lo mismo, una vez que se asiente el polvo. Porque al final todos los peones, los alfiles, las torres, los caballos, el rey y la reina, se guardan en la misma caja.
Seis pies bajo tierra.
*Los personajes y hechos retratados en estas líneas son completamente ficticios. Cualquier parecido con personas verdaderas, vivas o muertas, o con hechos reales es pura coincidencia.
Todos regresamos a la misma caja. La vida... el misterio que cada uno va descubriendo.