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Writer's pictureEsteban Darquea Cabezas

El Pescador




Quiero contarles acerca de un viejo pescador que salía mar adentro mucho antes del amanecer y llegaba antes de que despierte el resto del pueblo. Se acomodaba en una humilde choza construida con caña y unos retazos de plástico que funcionaban como paredes y ventanas a la vez. Primero se aseguraba el almuerzo y la cena para su propio hogar y el resto de la pesca la vendía. El resto del día se recostaba en una hamaca casi blanca — digo casi blanca porque el polvo y el viento salino ayudaron a pintar la hamaca de un curioso color entre marrón y gris. Ahí se quedaba esperando la caída del sol. A veces, cuando lo visitaban, veía a sus nietos corretear por la arena, miraba atentamente sus esfuerzos por evitar que el mar les moje los pies y luego, cuando la marea se recogía, iban detrás de ella nuevamente. Apenas el sol terminaba de iluminar con sus últimos rayos, el pescador se preparaba para cocinar la cena y descansar una vez más antes de salir a ese oscuro infinito nuevamente en unas pocas horas.

Uno de aquellos días, llegó un extranjero a visitar esa playa blanca, mojada por aguas cristalinas y llena de gente sonreída y alegre. Vio al pescador tirando de su enorme red y le preguntó si necesitaba ayuda.


Le agradezco mucho, señor — respondió el pescador.


La pesca del día había sido muy productiva y el peso dificultaba la labor para un solo hombre, más aún para un viejo pescador. El extranjero quedó maravillado por la bondadosa variedad de vida marina que aún existían en esa zona. El pescador le contó sobre su rutina diaria de entrar y salir de ese enorme océano que tenían al frente. Le hablaba sobre sus tardes tranquilas, su hamaca blanca— o casi blanca — , sus nietos y la exuberante variedad de vida marina que encontraba en cada uno de sus viajes.


El extranjero, maravillado, le habló acerca de una oportunidad única. Consistía en efectuar una gran inversión para adquirir cinco barcos — mucho mayores que aquella barca que tenía el pescador. Eso — le decía el extranjero — significaría una mayor cantidad de peces, lo que a su vez se traducía en ingresos más altos. Luego, con el tiempo, esos cinco barcos podrían convertirse en un gran buque pesquero cuya producción mensual — tomando en cuenta la abundancia de pesca en esa zona — ascendería a los millones, cifras que el viejo pescador no podía ni imaginar. Luego, en algunos años, podría vender su emprendimiento a un conglomerado internacional de empresas pesqueras y finalmente retirarse.


¿Y todo esto, para qué? — preguntó el pescador.


El extranjero, se quedo pensando un instante y replicó con voz temblorosa — Para que puedas disfrutar de las tardes, relajado en tu hamaca, viendo a tus nietos corretear por la blanca arena mientras el sol se esconde, indicando que otro día ha terminado. Y luego entrar a tu casa para cocinar la cena junto a tu mujer.


¿La moraleja?


Pues, en realidad, no existe ninguna moraleja. Al fin y al cabo todos estamos enrumbados en un rocoso camino hacia una eternidad caprichosa y misteriosa, en este hermoso viaje que llamamos vida. Sean amables y respeten el proceso de cada persona que conocen en el camino, y si en ese andar tienen la oportunidad de dar una mano, háganlo.


El resto son detalles.


ED


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* Las opiniones expresadas en este Blog son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de COHAB Ecuador.

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