El primer ser vivo de nuestro planeta, era una bacteria.
LUCA (Last Ultimate Common Ancestor) fue el primer ser en estrenar, hace miles de millones de años, los procesos químicos y físicos necesarios para vivir. Desde ese asombroso inicio, hasta llegar a los cerebros brillantes que se pasean por las aulas de Harvard, Yale, Princeton y Oxford, ha sido un camino evolutivo largo, muy largo. Desde reptiles gigantes, hasta los mamíferos; desde los egipcios, hasta el desembarco en Normandía. Sin embargo, en 1969, sucedió algo que disparó la evolución del ser humano. El Departamento de Defensa de los Estados Unidos desarrolló una red de ordenadores cerrada con el fin de eliminar la dependencia de un ordenador central. Disminuyendo así, la vulnerabilidad de las comunicaciones militares. Este hecho detonó la bomba que ahora conocemos como el internet.
Desde ese entonces, hasta ahora — en cinco décadas — la evolución de la tecnología ha sido abrumadora, por decir lo menos. Todavía recuerdo la colección de enciclopedias Salvat que tenía mi abuelo Rodrigo en su biblioteca. Allá iba yo con frecuencia para obtener información de algún tema desconocido. Recuerdo con nostalgia el olor a libro viejo mientras pasaba las páginas y el proceso mismo de encontrar lo que sea que buscaba. Luego, unos años más tarde, teníamos el CD de la enciclopedia digital Encarta 98, la cual simplificaba la búsqueda con solo teclear las palabras en el buscador. Ahora, miro el celular que está a mi lado mientras escribo estas palabras y con dos o tres movimientos de mi dedo índice puedo resolver cualquier duda en cuestión de segundos. En estos pocos años hemos visto una evolución exponencial en la capacidad de la tecnología para facilitar nuestras vidas — pero también la capacidad para destruirnos. Ironías de la vida, ¿no?
¿Sabían ustedes que ya existen robots sexuales? Si, si pensaban que la generación que viene ya es socialmente inadecuada, imaginen en unos años más. Salir a cenar, viajar con la pareja, conocerla verdaderamente, será tan obsoleto como buscar información en la Encarta 98. Quizás las maquinas están eliminando, poco a poco, los lazos emocionales entre los seres humanos para evitar nuestra reproducción.
A lo mejor es hora de una pausa. Quizás ahora — más pronto que tarde — debemos dar un paso atrás. Usar la tecnología para mantener viva lo que queda de humanidad, en lugar de seguir ampliando la brecha de nuestra desconexión. ¿Acaso no era esa la intención original de la tecnología? ¿Se nos fue de las manos quizás? Si ese es el caso, pues seremos recordados en los libros como unos babuinos sin pelo que murieron por un socavón provocado por su propia estupidez. En tal caso, que así sea, por idiotas. Pero aquí entre nosotros, ojala no sea así, ojalá podamos resistir, ojalá.
Para eso, no necesitamos ser profesores de Harvard. Para eso, solo necesitamos limpiar el cristal, para ver con mayor claridad. Debemos aprender a tomar cada situación — por más intrascendente o ridícula que parezca — como algo sagrado. Incluso aquella molesta fila del supermercado, después de un largo y fastidioso día de trabajo. Si aprendemos a ser conscientes de todo lo que nos pasa, a lo mejor veremos que la señora malgenio a nuestro lado en la fila del supermercado, probablemente está de ese humor por cuidar de su esposo agonizante, durante veinte horas seguidas. Al ser conscientes, aprendemos a empatizar con la situación del prójimo, en lugar de maldecir nuestra fastidiosa espera en la fila. Al ser conscientes, aprendemos que no somos el centro del universo.
Debemos poner atención y ser conscientes de lo que pasa a nuestro alrededor, debemos aprender a pensar. A lo mejor algunos de ustedes se sienten ofendidos al leer esto. ¡A mi nadie me tiene que enseñar a pensar! — dirán. Pero no hablo de pensar en lo que nos digan, sino más bien, aprender a decidir en qué pensar. Al hacer esto, nos volvemos más conscientes de lo que es real y esencial en nuestra vida. Al hacer esto, aprenderemos a tomar cada momento como sagrado — incluso aquella molestosa fila en el supermercado.
ED
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