Oni (la máscara del ogro), es un cuento del folclore japonés acerca de un ogro que quería vivir entre los humanos. Para hacerlo, usaba máscaras que lo hacían parecer un hombre bueno y generoso. Sin embargo, a medida que pasó el tiempo — y a pesar de ser bien recibido por la gente de la aldea — se olvidó de quien era en realidad.
Mamá siempre me decía que el peor de los males del ser humano es la mentira. Las peores reprimendas que he recibido de su parte han sido cuando me ha pillado en una mentira. Ahora, a mis casi cuarenta años, aprendí que, de hecho, la mentira es el peor vicio que tenemos, los humanos, amos y señores del universo, magníficas bestias de dos patas — pero bestias al fin.
En la política, en nuestras escuelas, en nuestros lugares de trabajo, estamos constantemente rodeados de mentiras. Algunas fabricadas por grandes poderes como religiones, empresas y gobiernos; otras usadas para ganar ventajas personales en los negocios y la comunicación masiva; otras más pequeñas — pero no menos graves — en nuestros hogares, en el día a día.
La semana anterior, un conocido debatía conmigo acerca de mi percepción del Jiu Jitsu. Para mí — en lo más profundo de mi ser — este arte es una filosofía de vida; el Tao que guía mis acciones con el fin último de servir al prójimo, así de sencillo — pero complejo al mismo tiempo.
Él, en cambio, no compartía mi punto de vista:
¡No le veo como terapia, ni como filosofía, es solo un arte !— me dijo, de forma displicente.
Solo un arte — pensé.
Toda la tarde he pensado acerca de esa conversación. Solo un arte. Solo un arte. Solo un arte.
Nunca llegué a entender completamente lo que me quiso decir. ¡Diablos!, algunas veces ni yo mismo me entiendo. En todo caso, pienso que aquello fue un arranque de ira después de un altercado con otro alumno. Es normal que en ambientes donde constantemente hay luchas físicas existan este tipo de situaciones. Aunque la verdad es que hacía mucho tiempo no había presenciado una. Curiosamente, en la mayoría de altercados — en la calle, escuela, trabajo, centro comercial, semáforos — estos terminan en golpes. En la academia, en cambio, ya estamos en un lugar a donde la gente va voluntariamente a pelear. Entonces, ¿Cómo carajo se soluciona un altercado físico en un lugar donde esa es la misma esencia?
¡Dales unos guantes! — gritó uno de los presentes.
En realidad, no me hubiera molestado ver una buena pelea de puños en mitad del tatami. No soy un sádico ni mucho menos, pero recuerden que nuestro arte marcial fue forjado a puño limpio, demostrando la eficacia del Jiu Jitsu por sobre todas las otras artes marciales durante gran parte del siglo pasado. Para pesar de todos los presentes, no hubo tal pelea. Mi punto — si es que es posible hallar uno dentro de una situación tan desagradable — es que incluso en ese espacio supuestamente libre de mentiras, éstas, aún existen.
Dar cátedra de Jiu Jitsu me ha dado un leve sentido para descifrar a las personas. Cómo piensan: sus miedos, sus frustraciones, pero también sus motivaciones y alegrías. Me di cuenta, en este tiempo, que a la final todos tenemos estos elementos en común. Después de todo, te das cuenta de que la mayor batalla es contra ti mismo. Y en esa batalla, todos nos enredamos en mentiras y engaños voluntariamente para adecuarnos a nuestro entorno. Lamentablemente esas mentiras poco a poco van creando máscaras, una encima de la otra, durante años de años. La pregunta es: ¿Cómo hacer para rasgar aquellas máscaras?
El Jiu Jitsu, en mi experiencia, es una herramienta eficaz para lidiar con este problema (y si no es el Jiu Jitsu, sirve cualquier actividad que consista en agarrarse a putazos contra otro ser humano y luego reconciliarse con un abrazo.)
El Jiu Jitsu te ayuda a rasgar esas máscaras o, por lo menos, te da una idea de por dónde debes empezar. El desafío es hacerlo todos los días, por el resto de tu vida.
ED
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