Me acuerdo que usaba el ALT + tab de manera muy eficaz, mientras laburaba en una empresa de consultorías ambientales cuando recién salí de la facultad. Un clásico trabajo de 9 a 5, bastante aburrido, pero trabajo al fin, no puedo ser ingrato. Consistía básicamente en copiar y pegar textos de un documento a otro, para luego dar el visto bueno para continuar con la salvaje explotación de recursos naturales por parte de grandes mineras y petroleras. Me sentía como una especie de abogado del diablo. Para ese entonces, llevaba dos años estudiando Jiu Jitsu. Las artes marciales enseñan una disciplina que se va permeando poco a poco al resto de la vida y en este sentido, a pesar de todo, mi asistencia al trabajo era impecable. Siempre el primero en llegar y el último en salir.
En las mañanas, para llegar a la oficina, recuerdo que tenía que atravesar un tramo bastante largo del parque de La Carolina — para los quiteños, nuestro Central Park. Me demoraba veinte minutos desde la puerta del edificio hasta la puerta del trabajo, a un paso decente. Siempre camisa bien planchada, pantalón de tela y mi pequeña mochila negra al hombro. El sol de la capital obligaba a usar gafas, incluso a esas tempranas horas del día y obviamente había que caminar con música para darle vida a esa caminata monótona. Pink Floyd solía venir bien para cualquier tipo de situación. Un perro corriendo lejos de su dueña mientras ésta, despavorida, trataba de agarrar sin éxito la correa, que volaba a pocos centímetros de su alcance — Run like hell. El señor con su carrito de jugos naturales, vendiendo por decenas a unos corredores cuarentones que terminaban de correr sus tradicionales cuatro kilómetros — Money. Un par de muchachos desarreglados, con gafas oscuras, saliendo de alguna fiesta de mala muerte — Comfortably Numb. En fin, era un soundtrack decente para esa caminata mañanera.
Como he dicho antes, ya llevaba un par de años estudiando Jiu Jitsu en ese entonces y no quería dejar de entrenar. Así que, con unos pocos ahorros, monté una academia de dieciséis metros cuadrados en la sala comunal del edificio de mi mamá. Un vecino, uno de mis mejores amigos y un par de conocidos formaron parte de ese primer grupo de entrenamiento. Las clases eran por la noche, después de salir de mi trabajo. Empezaba a tener forma COHAB Quito.
Empezaba el sueño.
Volvamos al ALT + tab. La combinación de esas dos teclas en el ordenador — para los que no saben — permite pasar de una ventana a otra de manera inmediata. Trabajar en tu sueño en las horas libres, mientras el resto del tiempo trabajas en lo que haya en ese momento. En este sentido, me servía bastante bien el ALT + tab. Admito que, mientras en una ventana estaba abierto el procesador de palabras con el PLAN DE MANEJO AMBIENTAL PARA LOS SECTORES 10 Y 11 DEL PROYECTO MINERO ISLA DEL NORTE, el ALT + tab me llevaba a otra ventana en la que aparecía una presentación de PowerPoint con diseños de los flyers de COHAB Quito. Me declaro culpable, pero no tenía opción, había que trabajar en el sueño. De vez en cuando imprimía diez o quince flyers junto con las EVALUACIONES DE IMPACTO AMBIENTAL en la impresora de la oficina, para luego distribuirlos en la tarde, durante la caminata de regreso a casa.
Después de algunos meses, renuncié al trabajo y una vez más exprimí los ahorros para ir a la meca del Jiu Jitsu, a la tierra de Senna y Pelé, a Brasil. Ese viaje fue un punto de quiebre en mi decisión de vivir, eventualmente, del Jiu Jitsu. Enseñar me apasionaba y veía cada vez más cerca a personas que habían cristalizado el sueño. Academias de primer nivel, con un profesionalismo impecable y además con un propósito noble y sincero: ayudar a la gente a ser mejor. Punto. En ese viaje aprendí lo que era entrenar duro, pero también conocí profesionales en la educación que transmitían su conocimiento de forma sistemática y con el propósito de un mejoramiento continuo. Educación de nivel universitario para transmitir un arte marcial con miles de años de historia.
Desafío aceptado.
Poco a poco, la ingeniería se empezó a nublar para dar paso a una imagen clara de un espacio con tatami donde la gente entra malgenio para luego salir con una sonrisa en su rostro. Un lugar mágico y especial, de lucha constante y continua, donde abundan las enseñanzas sobre el respeto y la humildad. Un lugar donde la deshumanización se frena por completo, por instantes. Los números, los vectores, la mecánica de fluidos y los rellenos sanitarios se reemplazaron por sangre, sudor, kimonos y dolores múltiples. Poco a poco esas imágenes se fueron cristalizando hasta que un día dejaron de ser imágenes. Se hicieron realidad.
Ahora, cuando me preguntan a qué me dedico, les digo
— Soy peleador.
ED
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