"Para el alma, la muerte es sólo otro momento." Ram Dass
Lo vi la última vez mientras iba manejando a realizar algún tramite inútil que la vida moderna nos tiende a exigir. No recuerdo si tenía que pagar la matricula del carro, los servicios básicos, el teléfono celular, el internet, cambiar la clave del banco, reclamar algún cobro indebido u otro de tantos trámites triviales que nos mantienen ocupados día tras día. Lo vi en su bicicleta, iba sonriendo (como siempre), con audífonos y gafas de sol, de aquellas que tienen los lentes tipo espejo de color azul. Esa sonrisa nunca la voy a olvidar. Bajé la ventana del carro y grité:
- "Robertito, anda a entrenar! Se lo extraña.”
Me miró y levantó la mano con su pulgar extendido hacia el cielo, mientras se alejaba rápidamente pedaleando entre los demás vehículos. Me gusta imaginar que me quiso decir que volvería pronto al Jiu Jitsu, así me gusta creerlo por lo menos, una pequeña pastilla de alegría para reconfortar el flagelante hecho de que nunca más lo voy a volver a ver- por lo menos en esta vida.
Le encantaba luchar, le encantaba el Jiu Jitsu. Tengo el honor de decir que fue uno de mis primeros alumnos, a pesar de que no era muy constante como me gustaría que fueran todos. Sin embargo, era un visitante frecuente en la academia y a decir verdad, a todos nos daba alegría verlo llegar. Con su kimono azul y su cinturón blanco, siempre daba guerra en los combates, incluso a los más avanzados del equipo. Hay que reconocer que la fuerza característica de los grips que desarrollan los escaladores le favorecía al momento de luchar con el kimono. Con el tiempo, poco a poco, dejó de venir a la academia. Imagino que en la vida uno debe tomar decisiones y cuando el día a día y sus rutinas se interponen entre lo que a uno le gusta hacer y lo que debe hacer, se deben priorizar ciertas actividades. En su caso, Robertito amaba la montaña. Si algo he aprendido en esta vida es que: si sigues tu corazón, pase lo que pase, nunca te arrepentirás.
Con frecuencia pienso acerca de la increíble virtud que posee el Jiu Jitsu para crear vínculos entre las personas. En una sociedad donde el contacto cuerpo a cuerpo es casi nulo, practicar un arte cuya esencia misma es el contacto, te abre las fronteras de la mente y empiezas a conocer realmente a la gente. De forma inmediata, te puedes dar cuenta si la persona con la que estas luchando es de las que se rinde ante la primera dificultad o sigue adelante a pesar de todo, a pesar de la dificultad, a pesar del cansancio, a pesar de las dudas. Esta es una de las virtudes que más disfruto de la vida que elegí, la oportunidad de conocer realmente a las personas. Raras veces encuentras - como aquellos diamantes rosados que la gente clama haber visto - personas guerreras, de buen corazón y buen proceder. Puedo dar fe de que Robertito era uno de ellos, uno de los pocos que quedan en este mundo loco e injusto.
"Steve, ¡Tomate una cervecita!" me decía, y yo, como siempre, me negaba. El alcohol y yo no hemos sido buenos amigos. Siempre ha tenido impactos negativos en mi salud gastrointestinal y, sin entrar en muchos detalles, prefiero - hasta el día de hoy - respetuosamente declinar cuando me ofrecen bebidas alcohólicas. Nunca me insistía, Robertito solo sonreía, me chocaba el puño y se daba media vuelta para seguir contagiando de alegría al resto de personas.
Prometo aceptarte una cerveza en el Valhala amigo mío. Seguramente estarás ahí, entre las nubes, sonriendo como era común, o quizás, simplemente volviste a la montaña, en cualquiera de los dos casos, estas en casa.
Adiós amigo.
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