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Writer's pictureEsteban Darquea Cabezas

Salle Blanche II

Updated: Oct 24

Parte 2


Las políticas de seguridad y confidencialidad del Ministerio del Interior evitan que cualquier tipo de información sobre el funcionamiento de las instalaciones de ALPHA sean de conocimiento público. ALPHA es la empresa contratada para ejecutar el programa EFH (Experimentos en Favor de la Humanidad) del Ministerio del Interior. Lo que viene a continuación es una de tantas experiencias desde las profundidades de la inmensa telaraña.

Mi nombre es Julio Salomón Montesdeoca y esta es mi historia.




Fui parte del primer grupo de experimentación en las salas blancas. La salle blanche o sala blanca era un espacio enorme, estéril, con paredes blancas brillantes, el piso de lona blanca y el techo lleno de focos blancos que se mezclaban con el cielo raso. Mantenían la sala alumbrada día y noche. Nos metían ahí desde pequeños, cada uno en una habitación. Su objetivo era registrar la actividad cerebral para descifrar lo que sueña una persona encerrada en un lugar así ¿Qué puedes soñar si no has visto nada más que blanco toda tu vida? ¿Dónde se dibujan los arroyos, las montañas, la nieve, el reír de tu familia en navidad, el trinar de los pájaros, las olas reventando contra las piedras, los monstruos, los traumas?


Salí de ahí hace poco menos de dos años y aún tengo secuelas a causa de esos años de encierro. Los niños sin sueños (NSS) nos llaman a quienes pertenecimos a ese experimento inhumano. Curioso, pues mi niñez parece una estrella a miles de años luz en medio del universo. Mi nombre lo tengo tatuado en la parte externa de mi muslo derecho junto con toda mi información genética, contenido en un único código de barras. Antes de ingresar a las salas blancas, recién nacidos, nos colocan en lo que básicamente sería una línea de producción - como cualquier máquina o electrodoméstico - y nos tatúan a todos los NSS. Después nos colocan en nuestras salas blancas y nos dejan ahí, solos, desamparados, en medio de ese espacio blanco, desolado y aterrador. ¿Recuerdos? Casi no tengo recuerdos. Tantas pastillas y sueros y antibióticos y sedantes y pastillas para deprimirnos y otras para dormirnos y otras para despertarnos y otras para activar nuestro sistema nervioso; seguramente afectaron tanto nuestro cerebro que no recordamos nada. Imagino que ellos lo tienen todo guardado y archivado en discos duros en alguna bodega de ese puto lugar.


Uno de los escasos recuerdos que tengo es quizás cuando tenía diez u once años. Fue la primera vez que se apagaron las luces. Ahora, de adulto, sé que ese evento se llama El Gran Apagón, un incidente aislado, causado por un grupo terrorista. Esa fue la primera vez que el sistema dio un fugaz signo de vulnerabilidad. Desde entonces, muchos grupos han intentado desestabilizar el sistema para protestar en contra del abuso, las torturas y los experimentos. Esa fue la primera vez que conocí otro color que no era el blanco. La oscuridad vino como un golpe de aire fresco. A pesar de que no era permitido relacionarnos con los otros habitantes de las salas blancas, en ese breve instante de oscuridad pudimos escucharnos por primera vez. Nuestras risas, nuestros gritos y aullidos. Imagino que así eran los zoológicos en el siglo XX cuando acontecía algo fuera de lo normal. Todos esos animales, ya extintos ahora, generando un bullicio insoportable al unísono.


Donde otros oyen caos, yo escucho paz.


En total fueron veintiún años encerrado ahí dentro de la sala blanca. Salimos dieciséis de los doscientos individuos que entramos. El resto tuvo complicaciones, como dicen los doctores. Gente desechable. Ratas de laboratorio. Nada más que eso.


- Montesdeoca, Julio Salomón - anunciaron los parlantes de la asamblea.


La asamblea era un galpón enorme donde nos reunía el gobierno central cuando habían eventos masivos. Enseguida me levanté de la banca donde esperé alrededor de cinco horas, junto a otros miles de candidatos para el proyecto de reubicación, parte del programa EFH. Me había inscrito para el viaje a Marte hace seis meses y la semana pasada recibí la convocatoria para venir al examen psicológico y físico requerido para todos los candidatos.


Solo eligen a diez.


Me dirigí hacia un enorme portón de acero custodiado por cuatro militares armados hasta los dientes. Unos gorilas que medían más de dos metros y pesaban ciento cincuenta kilos cada uno. Me detuve frente al portón mientras uno de los gorilas revisó mis documentos y me hizo el reconocimiento biométrico con una pequeña máquina. La máquina colgaba de su cinturón, junto a dos granadas personales, un arma 9mm y dos cartuchos de repuesto.


Una vez abierto el portón, el segundo gorila me empujó violentamente con la culata de su metralleta por la espalda. El golpe fue tan fuerte que tuve que frenar la caída con mis manos para proteger mi rostro.


Rata de alcantarilla - me insultó y escupió mientras la enorme puerta de acero se terminaba de cerrar.


La gran mayoría de las personas nos despreciaban a quienes habíamos habitado las salas blancas. Una especie de culpabilidad general reinaba en la sociedad, y nosotros eramos victimas de un sistema corrupto e inhumano. Habíamos sido presa de unas mentes enfermas y por eso, solo por eso, nos otorgaron privilegios especiales. Una especie de deuda histórica, como aquella que existió con las minorías en América del Norte en el siglo XXI. Lamentablemente ese tipo de retribuciones fuera de tiempo generan resentimientos profundos que suelen explotar en forma de violencia. Ese gorila era un ejemplo de ello.


Una vez dentro, caminé por otro pasillo muy iluminado - demasiado iluminado - hasta llegar a la oficina de enfermería. Aquel era el primer paso para confirmar que todos los privilegiados seleccionados para ir a Marte podamos, efectivamente, llegar a nuestro destino y no morir en el camino.


- Buen día Sr. Montesdeoca, sáquese la ropa y déjela allá - me ordenó la enfermera, señalando unos casilleros de metal.


A continuación, me llevó esta vez por unos pasillos largos y oscuros que terminaban en una sala donde había una máquina caminadora, un escritorio y una camilla de hospital. El ambiente en esta parte del complejo era diferente, oscura, tenebrosa y la humedad se sentía en el aire.


Imagino que acá llevan a los desechables - pensé.


- Tiene diez horas para completar los dos exámenes - dijo sin levantar la mirada de su ordenador portátil - Su tiempo comienza ahora.


La enfermera salió y me dejó ahí dentro en ropa interior. Un enorme reloj en la pared empezó el conteo regresivo


10:00:00...09:59:59...09:59:58


- Buenos días Julio - dijo una voz desde los parlantes dentro de la sala. - Vamos a empezar con el examen físico -


La caminadora empezó a funcionar a una velocidad moderada, me subí en ella y empecé a trotar. Mientras trotaba, la voz me explicó detalle por detalle el procedimiento. Debía completar la prueba física a un paso continuo, evitando que el ritmo cardiaco pase de cierta frecuencia, determinada según mi edad. Terminé en poco menos de nueve horas, el examen psicológico vino después.


Básicamente lo que buscaban eran candidatos que sobrevivan las presiones físicas del viaje, en primer lugar. Y en segundo lugar, que una vez dentro de la órbita que nos lleva a nuestro destino no nos volvamos locos y asesinemos al resto de la tripulación. El viaje a Marte duraba aproximadamente 300 días, dependiendo de varios factores. Los ingenieros, matemáticos y astrofísicos del programa hacían lo posible para encontrar números lo más cercanos a la realidad, pero siempre había un margen de error.


El programa EFH había tenido algunos cuestionamientos acerca de sus operaciones. Había mucho secretismo y burocracia dudosa dentro de su funcionamiento y rara vez daban comunicados oficiales. Alrededor del veinte porciento del presupuesto del estado era destinado al Ministerio del Interior y el programa EFH era el hijo mimado de esta institución. Las salas blancas, por ejemplo, desde sus inicios fueron objeto de protestas a causa de su polémico funcionamiento, pero cada vez se oían menos protestas. La represión era cada vez más salvaje. El Ministerio del Interior tenía poderes que yacían sobre el estado de derecho.

Me voy de aquí por varias razones. Pero, si debo ser sincero, todo empezó cuando cometí el error de estudiar acerca de nuestro planeta en el siglo XX. Todo era verde, el océano era azul, habían animales y plantas por millones. Mientras reviso el nivel de oxígeno de mi tanque portátil, imagino el placer que debe haber sido salir a las calles sin esta máscara. La lluvia ahora corroe todo, en el siglo XX la llamaban lluvia ácida, ahora es solo lluvia. He visto gente con quemaduras de tercer grado por no tener como refugiarse en esos días lluviosos ¿Qué clase de especie hace eso con su propio hogar? Veo mi planeta desolado y gris. Pero además de ello, fui testigo en primera persona de sus macabros experimentos. Así que luego de haber pasado veinte y un años en una sala blanca, el planeta rojo me llama la atención.


El próximo viernes me voy a Marte.


Aún recuerdo la primera vez que vi ese enorme planeta rojo, habitable para los seres humanos desde hace cincuenta y tres años. Actualmente somos pocos los que tenemos la posibilidad de ir y solo hay dos maneras de hacerlo. El primer grupo, está reservado para personas que pagan por su cupo y aquellos funcionarios cercanos al gobierno central. El otro grupo es reservado para nosotros, los desechables, voluntarios sin nada que perder que vamos como carne de cañón. Nuestra misión es encontrar y explorar las zonas muertas. Es decir, aquellas zonas que aún son inhabitables para los humanos y buscar la manera de hacerlas habitables. El precio a pagar: nuestras propias vidas. Las zonas muertas de Marte, según el gobierno, son lugares inofensivos y potencialmente listos para ser rehabilitados para la vida humana. Esa es la definición que nos llega a través de las redes sociales y los pocos canales satelitales que reciben los televisores hoy en día. Mi confianza en cualquier forma de gobierno es nula, por lo tanto, si ellos dicen que las zonas muertas son seguras... no lo son.


Prometeo es el nombre de la primera zona viva de Marte. Allí se asentó la civilización de seres humanos, completamente sostenible, sin necesidad de los eternos y costosos viajes frecuentes con provisiones desde la Tierra. Era un enorme complejo circular cubierto por tres domos transparentes que cumplían la función de simular nuestra atmósfera. Las conexiones vitales para sostener la vida ahí en Prometeo cruzaban la parte alta de los domos, cientos de miles de kilómetros de cables y tuberías para mantener vivos a los privilegiados que llegaron primero. A diferencia de nosotros. A nosotros nos espera algo similar a lo que he leído acerca de los trabajadores en las minas de carbón de Pakistán en el siglo XX. Condiciones inhumanas en las que miles de personas trabajaban para sostener a sus familias. Me siento identificado. Imagino que así será mi futuro una vez que lleguemos a ese planeta nuevo, extraño aún. La información que llega es pura mentira envuelta en esperanza que genera expectativas para aquellos que desean salir de este planeta moribundo, agonizando en medio de mares contaminados y desiertos eternos.


Matamos al noventa y cinco por ciento de la vida animal y vegetal de nuestro planeta. ¿Será que la vida nos perdona la destrucción de otro?


Algunos días me siento como esos monos que fueron enviados al espacio con fines experimentales. Pero la verdad, no me importa, solo quiero llegar a mi nuevo hogar...



12:15 pm


Me desperté con un dolor de cabeza terrible, efecto secundario de los sedantes. Estaba por empezar a comer el pan con avena que me habían dejado sobre el velador, como todos los días. De repente, entraron dos personajes enormes vestidos con batas blancas. El uno me agarro del cuello con una llave de jujitsu y el otro me contuvo las piernas para que no resista. Yo lo único que había hecho fue contar mi historia, contar mis sueños acerca de las salas blancas. Esos sueños que me obligaban a despertar con alaridos en la madrugada.



5:47 pm


Aún no almuerzo. Sigo amarrado a la camilla. Escucho voces afuera de la habitación, otra habitación, ya no estoy en la mía. Creo distinguir la voz de la doctora Celia y del doctor Aníbal. Pero no lo se, estoy muy confundido. Las drogas intravenosas para sedarme son muy fuertes. Tengo un incesante sonido dentro de mi cabeza. Un nombre. Montesdeoca. Salomón Montesdeoca. Julio Salomón Montesdeoca.


Me pregunto en silencio, ¿Existen las salas blancas? ¿Acaso todo es verdad?


ED

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